martes, 18 de mayo de 2010

Los del lejano Oriente

El confucionismo
El shintoísmo

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Tanto en el Extremo Oriente como en Mesopotamia o en Egipto, las primitivas civilizaciones estructuraron sus sociedades adoptando formas en que lo político, lo económico, lo religioso y lo ideológico fueran una sola cosa. Coincidencia curiosa a pesar de la distancia geográfica y cronológica. En todos los casos, el gobernante supremo se supone descendido del cielo o la personificación divina en la tierra.

En el último Concilio, la Iglesia declara que “ya desde la antigüedad y hasta nuestros días se encuentra en los diversos pueblos una cierta percepción de aquella fuerza misteriosa que se halla presente en la marcha de las cosas y en los acontecimientos de la vida humana, y a veces también el conocimiento de la suma Divinidad e incluso del Padre. Esta percepción y conocimiento penetra toda su vida con un íntimo sentido religioso. Las religiones al tomar contacto con el progreso de la cultura, se esfuerzan por responder a dichos problemas con nociones más precisas y con lenguaje más elaborado (…) por responder de varias maneras a la inquietud del corazón humano, proponiendo caminos, es decir, doctrinas, normas de vida y ritos sagrados” (Nostra aetate, 2).

La idea la recoge Juan Pablo II en su Encíclica “Fe y razón” para impulsar el propósito conciliar y ayudar a ir haciéndolo vida de cada cristiano: “Una simple mirada a la historia antigua, muestra con claridad cómo en distintas partes de la tierra, marcadas por culturas diferentes, brotan al mismo tiempo las preguntas de fondo que caracterizan el recorrido de la existencia humana (...) Estas mismas preguntas las encontramos en los escritos sagrados de Israel, pero aparecen también en los Vedas y en los Avestas; las encontramos en los escritos de Confucio y Lao-Tse y en la predicación de los Tirthankara y de Buda… Son preguntas que tienen su origen común en la necesidad de sentido que desde siempre acucia al corazón del hombre" (Fides et ratio, 1).

El confucionismo

Confucio es el nombre de K'ung Fu Tse (el Maestro K'ung) latinizado por los jesuitas misioneros chinos del siglo XVIII. Nace en 552 aC cuando su padre Chu-leang Ho, sin hijos de su mujer ni de su concubina, se volvió a casar a los 70 con la jovencita Cheng-tsai, de 20. Muerto 3 años después, en 419 aC, la viuda tuvo que vivir en la pobreza social por la corta pensión que recibía del Estado. Confucio pierde a su madre cuando tenía 10 años y se fue a la capital a hacer los “grandes estudios” pues era de buena inteligencia. Después el gobernador de la ciudad le dio trabajo. En la capital del reino de Cheu estudió los ritos antiguos chinos. A los 40 años ya tenía mucha fama por luchar contra la opresión y la ilegitimidad política. Su prestigio en un empleo público le llevó a ascensos y a tener plenos poderes en toda la región; llegó a ministro de Justicia. Con 56 años, el duque le concedió gobernar su Estado natal y que sirvió de modelo para aplicar sus teorías. Pero sus enemigos le tramaban perder influencia y se tuvo que ir peregrinando por otros estados confederales. Iba con sus discípulos, unos 3.000, pero al morir sólo le entendieron 72; curiosa cifra coincidente con los otros 72 discípulos de Cristo.

En s. III aC la “escuela de los letrados” dejó el confucionismo en un pragmatismo absoluto, con un exagerado ceremonial y con un estrecho dogmatismo intolerante. Después el emperador She Huang-ti (221 aC) mandó quemar todos sus escritos. Siglos más tarde han seguido cambiando y ajustando su ética: Wang-Ch'ung (27-97 dC), estoico y satírico, creó un confucionismo independiente; coincide en el tiempo con el naciente cristianismo.

En el año 422 dC, es decir, cerca de mil años después de la muerte de Confucio, un emperador chino hizo construir un templo junto a la tumba del filósofo (como se venía haciendo en el cristianismo tras la paz constantiniana) , y de este modo comenzó a desarrollarse un culto que se consolidó con nuevos homenajes oficiales y llegó hasta las masas populares para determinar el nacimiento de una secta religiosa con independencia de las doctrinas confucianas. A Confucio se le erige en símbolo del odio a extranjeros y cristianos, a pesar de que el filósofo claramente predicó que "los hombres de países extraños y lejanos deber ser acogidos con cortesía, y así recibirán los pueblos de las cuatro partes de la Tierra riquezas y bienes". En realidad, sobre los dogmas del confucianismo prevalece una orientación política que los emperadores tuvieron interés en arraigar, colocándola bajo la advocación de Confucio y prescindiendo de sus enseñanzas. Otra casual casualidad de coincidencias con el cristianismo que se desarrolla en el antiguo Imperio romano.

Han-Yu (768-823) dio su toque personal. La Escuela “Cinco Maestros” del siglo XI volvió a defender, como Confucio, la bondad natural coincidiendo con el surgir de los dominicos en el cristianismo europeo. Chu-Hi (1130-1200) le dio toque taoísta y budista. Wang-Yang-Ming (1472-1529) añadió en sus enseñanzas el carácter divino de la naturaleza humana mientras en el cristianismo se busca subrayar el carácter humano de lo divino un tanto descuidado anteriormente.

Confucio era un chico estudioso que se casó a los 19 años pero su obsesión no era el hogar ni la profesión, sino educar a los jóvenes para la vida y para la política. Se reconocía un hombre normal, que se equivocaba como todo mortal, y no quería fundar ninguna religión: aceptó la de sus antepasados aunque subrayando algunos puntos que le parecían fundamentales. ¡Cuánto se echan de menos personas así! El mismo lo decía: “Yo he transmitido lo que me fue enseñado sin añadir nada por mi cuenta. He sido fiel a los antiguos y les he mostrado mi amor”. Se le tributaron honores siglos después de su muerte, considerándolo como si fuera un dios. Fue un sabio que ha influido incluso fuera de sus fronteras hasta que los dirigentes chinos comunistas lo tacharon de feudalista y autócrata y castigaron severamente su lectura y su veneración. El gobierno posterior a Mao, aperturista y occidentalizante, a las puertas del dos mil, decidió volver a enseñar su doctrina en las escuelas como para llenar el vacío marxista y construir la sociedad del tercer milenio.

Confucio quiso renovar la sociedad deseando servir al hombre. Creía en lo espiritual y en el impersonal y misterioso cielo que actúa sobre el mundo y da la autoridad al emperador quien la transmite a sus subalternos, pero no estaba obsesionado por lo religioso. Buscaba la igualdad de todos y la felicidad universal; esquivaba el totalitarismo afirmando que, como el emperador está sometido al cielo, puede ser castigado o destituido si no se comporta como el cielo quiere. Su mala conducta se refleja en la infelicidad del pueblo, las guerras destructivas, las injusticias manifiestas, etc.

Su doctrina encaja perfectamente en la conocida frase “Lo que no quieras para ti, no se lo hagas a los demás” y tiene cinco principios inquebrantables: La relación de justicia entre príncipe y súbditos; la relación de amor mutuo entre padres e hijos; cumplimiento de los deberes entre el hombre y la mujer; observar las normas del buen comportamiento basadas en la edad (ancianos-jóvenes) y la relación de lealtad entre los amigos. ¡Qué buen programa para una asignatura de Educación para la ciudadanía!

El shintoísmo

Cerca de 67 millones de asiáticos - especialmente japoneses - profesan esta creencia, que no es considerada exactamente como una religión, ya que cristianos y budistas aceptan la coexistencia en una misma persona del budismo o cristianismo con el shintoísmo. Es más bien una amalgama de creencias y ritos ancestrales para adorar a las fuerzas sobrenaturales (kami).

La palabra shintoísmo surge en el siglo VI como suma de dos palabras chinas: shen (shin en japonés) que significa “espíritu” o “dios”, y to (do en japonés) que significa “vía” o “camino”. No tiene clase sacerdotal ni libros canónicos que contengan su doctrina aunque el emperador Temmu (673-686) ordenó recopilar las genealogías (teiki) y las narraciones (kyuji). En el 712, O No Yasumaro, en un japonés complicado y con expresiones chinas, escribió Kojiki (narraciones de las cosas antiguas) que cuenta la historia de Japón hasta 628, con muchos relatos míticos. Es casual (otra vez) la coincidencia cronológica, esta vez con el islamismo. En 720 se compila en chino el Nihonsoki (crónicas del Japón), colaborando en ello el príncipe Tonen (+735 con 59 años). Las antologías de poemas del siglo VIII aportan datos de interés para conocer esta religión japonesa.

Las fuerzas sobrenaturales (kami), superiores al hombre, están manifestadas en la Naturaleza (árboles, montañas, animales, etc.); suelen ser favorables y se les invoca para obtener mejores cosechas. Los kamikazes existieron en la 2GM y se llamó así a los kami (dios) y kaze (viento), o sea “viento divino” o “aliento de los dioses”, recuperando la palabra aplicada al tifón del siglo XII que arrasó la flota mongola que pretendía invadir las islas.

Su principio fundamental es el respeto y lealtad al Emperador de Japón y a los grandes antepasados imperiales y la reverencia a los espíritus o memoria de los grandes personajes del pasado histórico o familiar. Existe comunión con los muertos y deseo de agradarlos y complacerlos. Como mantiene muy unidos los vínculos del pasado con el presente, su símbolo es el "sakiki", árbol siempre verde, que nunca muere ni languidece. No utilizan imágenes ni sermones, carecen de congregaciones y rechazan el culto a la vida prenatal y a la eternidad después de la muerte. Aunque no hablan de pecado ni virtud, cultivan una exagerada limpieza corporal.

En el siglo III, el linaje Yamoto logró superioridad sobre otras familias y fue reconocido como jefe supremo (soberano) por parte de China, a cambio de pagar tributos. Así iniciaron el dominio territorial e implantaron una ideología que sustentase su supremacía. Se decían descendientes del primer emperador japonés Yimmu Tenno, emparentado con los dioses y situado en el 660 aC.
A lo largo de los siglos, hay reformas y variantes surgidas que dan lugar a que el sintoísmo actual sea un sincretismo (ensalada) de muchos componentes.

Del siglo VI a 1868 se desarrolla el sintoísmo imperial donde se ha integrado el budismo y se vive como una dictadura militar, con los gobernantes señores feudales (igual que los cristianos europeos). En 1868 cae ese modelo político ante la victoria de los sintoístas tradicionales (que no admiten tanto budismo) y que abandera la superioridad del japonés frente a cualquier otro pueblo, incluido el chino. Entonces el sintoísmo se convirtió en religión de Estado.

Estuvo fluctuando entre la tolerancia y la inquisición para alinearse con las constituciones europeas y en 1889 se optó por la libertad de culto, reconociendo que el estado japonés no tenía una opción religiosa definida ni los medios para reprimir las extranjeras (budismo, cristianismo, etc.). Ello dio lugar a que el sintoísmo se dividiera en tres ramas.

Desde la Segunda Guerra Mundial este culto a los antepasados y al Emperador, ha languidecido notablemente por la legislación impuesta por USA en 1945 que reconoce la real libertad de culto. Los ocupantes norteamericanos terminaron con el apoyo económico y otros privilegios a sus santuarios, donde la efigie del Emperador recibía homenaje casi religioso. Desde el año 11 dC., cuando el emperador Suinin lo estableció formalmente, el shintoísmo había ejercido gran influencia política y bélica en Japón y toda Asia. Según una vieja leyenda el dios Takemikazuchi (Shintó), ganó la tierra para los japoneses en una lucha con un aborigen gracias al Sumo, método de lucha que hasta ahora tiene gran popularidad en los lugares en que se practica el shintoísmo. Con todo, actualmente una tercera parte de la población nipona es cristiana.

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