lunes, 6 de septiembre de 2010

Pueblos itálicos

Los umbros
Los etruscos
Los latinos
Los oscos
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Se cree que los “italiotas” llegaron a la península itálica en el segundo milenio aC y a finales del siglo V aC se instalaron en la actual Campania, utilizando el alfabeto etrusco. En 295 aC fueron incorporados a la República romana.

La península –que parece una bota- tiene 1200 km desde los Alpes hasta el tacón y los Apeninos la surcan longitudinalmente. Se sabe que en el Neolítico habitaban seres humanos en la cuenca del Po, que de la piedra pulida evolucionaron al bronce. En esa época, entre el 2000 y 1000 aC, llegaron emigrantes centroeuropeos como los hubo hacia los Balcanes y hacia Iberia y surgieron tres grupos: umbros, samnitas y latinos.

Entre el 1000 y el 600 aC, la edad de hierro, entraron pueblos más avanzados del Mediterráneo como los fenicios, etruscos y griegos que introdujeron la escritura y así dieron fin a la prehistoria.
Italia era un conglomerado de pueblos hasta constituirse el Imperio romano; entonces todos ellos perderán su personalidad. Para el historiador griego Antíoco de Siracusa, en el s V aC, Italia era la zona sur o meridional habitada por los ítalos. Los posteriores escritores Timeo y Helánico dicen que es la tierra de los vitulus (ternero), los del ganado bovino.

Los umbros

Los umbros son los de la Umbría, región italiana desde la cuenca media y superior del Tiber hasta el mar Adriático que incluía entonces la Toscana, y donde la presencia del hombre se conoce desde el paleolítico. En el 299 aC la actual Narmi fue declarada por los romanos como colonia de derecho latino. Spoleto se fundó en 241 aC.; se cuentan hasta 44 las ciudades umbras colonizadas por los romanos. Cuando Aníbal atacó Italia, fueron fieles a Roma. En el siglo I dC su identidad propia quedó aniquilada por la latinidad.

En sus textos religiosos se habla del colegio sacerdotal de los Fratres Atiedii, compuesto por 12 sacerdotes devotos del dios Ju-pater. Tenía gran importancia la diosa Cupra, la Gran Madre que los romanos identificaron con Bona Dea.

Los etruscos

Los etruscos, provenientes de Asia Menor, la Frigia, se instalaron en las márgenes del río Arno, hoy la Toscana, antes llamada la Etruria. Impusieron su cultura superior trayendo la estructura social de la ciudad-estado donde se tenía la religión y la política como un todo, algo único e inseparable. Nada nuevo bajo el sol, dice el refrán. Eran hombres navegantes, dados al comercio e industria; fabricaron corazas y carros de guerra, hoy llamados chalecos antibalas y “tanques”.

Sus contactos con las colonias griegas de Sicilia dieron pie a imitar su arquitectura y su pintura y aportaron el invento de la bóveda y los arcos que luego pasaría a los romanos. Su dominación se extendió desde el Po al Tiber por la Campania, la Toscana y el Lazio, así que también influyeron en los latinos.

Su religión –como una constante de la humanidad- daría importancia al culto a los muertos pero con la característica de enterrarlos en cámaras subterráneas, decoradas con pinturas y que son claro antecedente de las catacumbas romanas.

Así mismo pasó a los romanos las prácticas de la adivinación del futuro por el vuelo de las aves y el estado de las entrañas de los animales sacrificados a los dioses. En Roma, dice Tito Livio,llegó a ser tan grande la estima de los augurios y del sacerdocio de los augures que nada se hacía en tiempo de guerra y de paz sin haber consultado los auspicios” (Tito Livio, 1,36). También los bárbaros “observan como los que más las suertes y los auspicios” (Tácito, Germania, 10).
Los romanos llamaban superstición a la religión intensamente vivida (Virgilio, Eneida, 12, 817; Séneca, Epístolas, 95; etc.). Servio afirmaba de las mujeres que “por querer ser demasiado religiosas, se hacen supersticiosas” (In Aeneidam 8, 183). Pero es más frecuente aceptar su sentido peyorativo, como hacía Cicerón: “No sólo los filósofos, sino también nuestros antepasados, separaron la superstición de la religión” (Natura deorum 2, 28, 71).

En Roma, las guerras púnicas pero sobre todo la inminencia de las tropas de Aníbal (247-183 aC = 64 años), provocó una epidemia de superstición: las respuestas de los oráculos andaban de boca en boca, las mujeres iban y venían alocadas de un templo a otro y con su cabellera suelta limpiaban los pavimentos de los santuarios; se veían prodigios de mal augurio como “platillos volantes”, eclipses, rayos que herían a soldados, escudos que sudaban sangre, sudor y lacrimación de imágenes, cambio de sexo de los gallos, etc. En estas cosas poco hemos cambiado.

En el siglo VI aC los etruscos tuvieron que hacer frente a la llegada de los galos cisalpinos que invadían las llanuras del Po.

Los latinos

Los latinos estaban en el Lazio, instalados en el valle del Tiber, en la ribera sur cercana a las costas del mar Tirreno. Influidos por sus vecinos los etruscos, asimilaron muchos detalles suyos sin perder su identidad étnica.

Dice la leyenda que hacia el siglo VIII aC Rómulo y Remo fundaron Roma que, con el tiempo, tomó la batuta, cuando los etruscos eran debilitados por los galos cisalpinos y los griegos y cartagineses andaban peleando entre sí por el dominio del mar Tirreno y llegó a ser la capital del Imperio romano. Nombre sagrado o divino para muchos entonces.

La ciudad latina más antigua es Alba, al sur del Tiber y cuya fundación se atribuía a descendientes de Eneas, el héroe troyano que –según cuenta Homero en “la Hilíada”- emigró al Lazio tras la victoria de los griegos.

También Roma se sirvió de su moneda arcaica de bronce. La fase de truque y de ganado la superaron al contacto con los griegos que en el siglo VI/V aC habían incorporado el sistema monetario, inventado en Asia Menor dos siglos antes. Lo que se venía midiendo con bueyes, ovejas y bronce, se empezó a valorar con piezas metálicas al peso.

Los latinos, como la mayoría de pueblos de la tierra, se sentían rodeados de fuerzas de la naturaleza, superiores a las humanas, que podían aplastarles o ayudarles. El romano es sobrio, sencillo, práctico, desprovisto de imaginación, así que no inventó ni leyendas ni mitos, como habían hecho antes griegos, persas, egipcios, etc., ni esculpió imágenes de divinidades hasta que fabricaron imágenes del emperador divinizado.

El romano no reflexionaba sobre el mundo en que vivía sino que únicamente quería servirse de él. Aquella inicial religión romana fue transformándose por influjo griego que sería un corrosivo sensualista. Al final de la República y al inicio del Imperio, era un tópico lamentarse de la religión. Los templos se caían, las fiestas se habían olvidado, las cofradías estaban muertas, las telarañas cubrían los altares. El escepticismo fue ganando terreno y Polibdio en 126 aC dice que la religión romana sólo era el medio para mantener a la plebe en la ignorancia. ¿Lo sabía Marx y otros ideólogos del siglo XX?
Sólo se mantuvo vivo el culto a los muertos; las tumbas al borde de las vías romanas servían para recordar el misterio del destino del hombre. Los epitafios solían tener frases escépticas, de incredulidad en el más allá o de cinismo.

En el 27 aC, Octavio, hijo adoptivo de Julio César, se hizo llamar Augusto y como tenía claro que la religión serviría para unificar el Imperio recién creado, empezó a reconstruir templos y santuarios. Para ello y para restablecer las fiestas, gastó cien millones de sestercios en un año. Aumentó los colegios de pontífices, favoreció las vestales, revivió las lupercales y saturnales. Con la dictadura de Julio César los romanos dieron un golpe de Estado y pasaron a vivir como los griegos, una vez que la Filosofía les había hecho oscurecer la separación entre lo humano y lo divino. El Senado votó instituir los juegos en su honor, darle el título de “divus Iulius” y dar su nombre a uno de los meses del año. Augusto rehuyó ser considerado dios pero no en la práctica y aceptó dar su nombre al entonces sextilis, sexto mes del año.

En todas las provincias del Imperio fue obligatorio el culto al emperador y a la diosa Roma y por negarse a tal idolatría, los cristianos serían perseguidos y tachados de ateos, revolucionarios, inconformistas y subversivos.

No había inconveniente alguno en ampliar el panteón de dioses y diosas, propios o importados. Llegó un momento en que se puso de moda proclamar que todos los cultos se referían a adorar a un único dios bajo nombres y ritos diferentes, así que ninguna religión podía considerarse falsa ni ningún rito como algo carente de sentido o significación. Alejandro Severo colocaba en su oratorio privado las estatuas de Jesucristo y Abraham junto a las de Orfeo y las de los lares.

En el 38 aC se construyó el Campo de Marte con el templo dedicado a la divinidad egipcia Isis. Se decretaron dos fiestas en su honor pero más emocionante fue la fiesta de la “invención de Osiris” que conmemoraba la muerte del dios, las pesquisas de Isis para encontrarlo y su resurrección. Todos los años, a primeros de noviembre, los fieles lloraban la muerte de su dios. La Iglesia católica celebra el 2 de ese mes la conmemoración de los fieles difuntos. Juan Pablo II, en el milenario de esta conmemoración, recordó que san Odilón, 5º abad de Cluny, fue el primero a quien, en 998, se le ocurrió celebrarla para la Orden benedictina. Tres siglos después fue aceptada en Roma y propagada por toda la Iglesia. Los paganos deshojaban rosas y tejían guirnaldas para los difuntos; los cristianos, aparte de flores en el cementerio, ofrecemos sufragios, o sea oraciones, mortificaciones, indulgencias y limosnas.

De Persia se extendió por todo el Mediterráneo el culto a Mitra en tiempos de Artajerjes. En 218, con Heliogábalo, se intentó hacer divinidad soberana del Imperio al dios sirio Baal; los monstruosos vicios de ese príncipe y los desmanes a que dieron lugar las fiestas del nuevo sol, provocaron la reacción de no admitirlo.

Pero el culto al sol no decayó y se hizo símbolo del dios único de todos. Con Aureliano (270-275) el culto al “Sol invencible” triunfó oficialmente: era el “Señor del Imperio romano”. La reacción anticristiana de Juliano “el apóstata” (360-363) se concentró en revitalizar ese culto pagano al sol.

Los oscos

Los oscos son los del sur italiano prerromano. En latín es “osci” u “opsci”, palabra proveniente de la diosa de la fertilidad Ops.

Establecidos en la Campania a finales del siglo V aC, adoptaron el alfabeto etrusco. Durante el siglo IV aC fueron sometidos por los samnitas pero en 295 aC, tras la batalla de Sentino, fueron incorporados a la República romana.

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