miércoles, 19 de mayo de 2010
El hinduismo
El hinduismo
Ante los hinduistas
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Con motivo de la fiesta hindú del Diwali, el Pontificio Consejo para el diálogo interreligioso empezó a enviar en 2006 una carta de parte de Benedicto XVI que renueva anualmente. El Diwali es una festividad religiosa que celebra la victoria de la verdad sobre la mentira, la luz sobre las tinieblas, la vida sobre la muerte. Tiene resonancias al significado de la navidad cristiana. Es para los hindúes una manifestación de su búsqueda del Divino y también el inicio de un año nuevo. Es conocida también como Deepavali, es decir “fila de lámparas de aceite”.
El hinduismo
El hinduismo no es una comunidad religiosa organizada, no hay “profetas” ni “jerarquía”; sólo el brahmán tiene, por su nacimiento, el derecho y el deber de cumplir los ritos y leer e interpretar los textos sagrados y por eso observa una pureza ritual que lo aparta de los demás. Puede considerarse la religión de las varias religiones de los habitantes de la India, porque está abierto a toda manifestación religiosa y cultural de cualquier índole. Para el hindú la religión es como el aire, algo esencial en la vida humana que no se concibe sin ella, pero se puede ser panteísta, politeísta monoteísta.
Los templos hindú no son lugar de oración comunitaria sino simplemente casas visibles de los dioses o diosas. Los sacerdotes las cuidan y adoran a esos dioses pero los fieles son simples espectadores. En el hinduismo no existen los actos de culto público.
En sánscrito no existe la palabra religión, y lo más parecido que tienen es Sanâtana dharma, “la Ley eterna”; el hinduismo no es estrictamente una religión sino el pensamiento esencial de la cultura hindú desde hace por lo menos 3.000 años. La “Ley eterna” encierra todos los aspectos de la vida: religiosos, sociológicos, políticos, estéticos; es un conjunto muy complejo de elementos muy heterogéneos. Una de sus características fundamentales es la capacidad de síntesis y asimilación que absorbe todas las formas religiosas primitivas y evolucionadas y deja a cada una lo esencial de sus creencias. Por eso en el hinduismo se encuentran tantas formas humanas religiosas como el fetichismo, el culto salvaje de las tribus del norte y del centro, las diosas de las aldeas, las grandes y hermosas ceremonias de los inmensos templos brahmánicos, tan complicados y refinados. Por eso Gandhi no tuvo inconveniente en aceptar propuestas cristianas y de otras religiones para diseñar la política de su pueblo.
El hinduismo es como un código elemental de conducta y, por tanto, a diferencia del cristianismo e islamismo, no es una verdadera fe en un Dios o en una persona que nos habla de Él. Se dibuja la conducta humana desde el amor compasivo hacia todos los seres vivientes, desde la generosidad, la insensibilidad por lo sensible y el deseo de huir del mundo para acercarse a la divinidad (que no a un Dios personal).
Como todo proviene de la emanación de Brahmán, todo, piedras, animales y plantas, tienen algo de divino (panteísmo). Se busca descubrir lo divino en la naturaleza, osea que son proclives a la sana ecología. Alrededor del lago Bindusagar, por ejemplo, quedan aún quinientos de los siete mil templos que en su día existieron. Y su número resulta incontable a orillas del Ganges, el río sagrado por excelencia, junto al que se suceden las ciudades santas, encabezadas por Benares (Varanasi).
Las peregrinaciones a los lugares sagrados revisten una gran importancia purificadora. En particular, al Ganges, en cuyas aguas se bañan ritualmente cada año millones de hindúes, sobre todo en los mêlas, enormes concentraciones en días considerados propicios.
Una serie de ceremonias privadas, caseras, marcan los hitos principales de la vida del hindú, desde el nacimiento a la muerte. Tales ritos los realizan incluso los poco religiosos o ateos, por su gran importancia familiar y social. A su muerte, el cuerpo del hindú es sometido a la cremación, en el intento de que el fuego purifique todo vínculo del alma con lo sensorial. No se crema a los menores de ocho años, por considerarlos inmunes al kârma y samsâra. Tampoco a los sâdhus, pues la ascesis ha transformado su potencialidad sexual en energía espiritual.
El hinduista busca como aspiración suprema la unión con la divinidad (Brahmán) que es el absoluto, “lo que es”, y por tanto el principio de la felicidad, de la bondad, de la tranquilidad plena. Cuanto más se acerca uno a Brahmán, “más será”, y si uno no se porta bien, se aleja de él y “menos será”. Es un buen punto de contacto con el cristianismo que enseña la primacía de “ser” frente a la propuesta del “tener” que propugnan el materialismo y el consumismo occidental.
Los sâdhus, los santones, tienen su propia dinámica a la búsqueda de la fusión con Brahmân. Singulares en casi todo, constituyen una válvula de escape del férreo sistema de castas, lo que justamente sirve para la seguridad del propio sistema. Los sacerdotes brahmanes desaconsejan y hasta prohíben el trato con ellos.
Los sâdhus son los ascetas que, llamados por un gurú (maestro), de ordinario entre los 25 y 30 años de edad, se marginan de la sociedad: renuncian a su mujer e hijos, profesión, propiedades, nombre propio, a los dioses familiares, a la ropa del hombre común. No vuelven a cortarse la cabellera ni la barba.
Los sâdhus se consagran a Brahmân, lo cual exige un riguroso ascetismo y un autodominio total, con sus implicaciones de excluir el más mínimo pensamiento o deseo de odio, de violencia, de hipocresía o sexual. Unos se exilian en selvas, cuevas y montañas, alimentándose de hierbas y raíces. Otros deambulan por aldeas y ciudades, viviendo de limosnas. Resuenan los occidentales monjes del primer milenio y luego los mendicantes a partir del inicio del segundo milenio cristiano. Y unos pocos viajan a Occidente convertidos en gurús y fundadores de sectas. En total son unos 11 millones de personas.
Ante los hinduistas
El hindú considera que al hombre le es posible portarse bien y cuando consiga identificarse de alguna manera con la divinidad, ya no volverá a reencarnarse, pero no se explica cómo se vive ya eternamente junto a la divinidad. El obrar bien se logra fomentando el deseo de desasirse de lo sensible, de ahí el cierto desprecio -incomprensible para los agnósticos y ateos occidentales- hacia las preocupaciones mundanas y al frenesí cotidiano. La unión con la divinidad se logra por la vía ética, por el conocimiento y las obras. Pero, sobre todo, a través del “yoga” que es un método de concentración interior que contribuye al dominio del cuerpo y de los sentidos.
El diálogo no oficial entre los orientales y occidentales, el intercambio espontáneo de técnicas y culturas nunca parece haber estado interrumpido. El actual imponente intercambio mundial en lo cultural, artístico, musical, comercial, deportivo, etc., conlleva que Occidente está importando cosas sueltas exóticas (zen, yoga, el relajamiento,...) que se venden bien en una sociedad consumista de hombres y mujeres vacíos, que enseguida se cansan de lo que tienen y buscan a rajatabla satisfacciones o sensaciones nuevas e inmediatas. No es raro que algunos se cansen incluso de sí mismos y acaban suicidándose. Estos ejercicios se traen desgajados de su contexto ritual religioso para convertirlo en simples ejercicios corporales-deportivos sin más trascendencia.
Aunque hacen furor en el mundo occidental por ser hasta ahora desconocidos o prohibidos y ofrecen menos inconvenientes fisiológicos que el “footing”, sin embargo no tiene nada que ver, al igual que la llamada meditación trascendental, con la oración o meditación cristiana que no es un sumirse en un vacío, en el yo, desde una idea fija. La oración cristiana puede tener arrobamientos en casos extraordinarios, pero siempre es un diálogo personal entre la criatura y su Padre Dios. El ejemplo más claro de ella es la del propio Cristo en el huerto de Getsemaní.
El vacío moral de Occidente se nota en que sus hombres y mujeres, dejando la religión cristiana, caen en el paganismo que necesita talismanes, superstición, evasión de la realidad (la dura realidad diaria), alternativas provisionales a la droga, mientras la técnica no consiga vencer sus efectos perniciosos. Occidente, con su materialismo, quiere comercializar y exportar su consumismo mientras que Oriente fascina por su espiritualismo, su respeto a la persona humana, su misticismo, su pacifismo, la introspección, la contemplación (no la investigación y explotación) de la naturaleza.
Esos valores que ya casi no se fabrican en Occidente, se echan de menos, cada vez con más fuerza cuando ya aburre tanto pragmatismo, tanta vida sin “alma”, sin sentido, tanto aborto, tanto terrorismo, tanto egoísmo, tanto psiquiatra, tanta estadística... Pero algunos están convencidos que no hace falta recurrir a los sucedáneos orientales sino, simplemente, desenterrar los valores espirituales que durante siglos vivió Occidente. Parece clara la impresión de que el frío cerebro occidental tiene que equilibrarse con el cálido corazón oriental. Así como el varón suele ser sólo cabeza y necesita aprender a poner el corazón y la mujer funciona sólo con corazonadas y debe aprender a ser un poco más racional, así parece requerirse el equilibrio entre el Oriente espiritual y el Occidente material.
La India sigue siendo padeciendo los enfrentamientos entre fieles de religiones diversas. La última chispa que ha vuelto a encender los ánimos ha sido en febrero 2010 con la publicación de un libro escolar con una imagen de Jesús, a quien se define «ídolo», con una lata de cerveza en una mano y un cigarrillo en la otra. La imagen, afirma L'Osservatore Romano, fue reproducida por los medios de comunicación de diversos Estados del país, mientras que en el Punjab fue expuesta en las calles de la ciudad de Jalandhar. Los cristianos de la ciudad pidieron pacíficamente que quitaran los carteles, pero los miembros de algunas organizaciones fundamentalistas hindúes reaccionaron con violencia. Los enfrentamientos se han extendido, y dos iglesias protestantes fueron incendiadas y derribadas, mientras que otra ha sido gravemente dañada.
La Asamblea de la Conferencia Episcopal India (CBCI) de este año ha afrontado, entre otras cuestiones, la ideología del hindutva y sus repercusiones sobre la convivencia pacífica de las comunidades religiosas en la India. En particular, los obispos quieren examinar la ideología del Sangh Parivar, el movimiento fundamentalista hindú contrario a la igualdad de derechos de las personas. Resuenan conductas occidentales en el País Vasco, Irlanda, zona de los Balcanes, etc. Según los prelados, “es oportuno distinguir las diferencias fundamentales entre el hinduismo en cuanto tal y la ideología del "hindutva": el hinduismo es una religión, mientras que el "hindutva" remite a las dimensiones políticas de un nacionalismo cultural, llevado a cabo por los seguidores de esta ideología (...) La ideología fundamentalista se opone con fuerza a la libertad religiosa garantizada por la Constitución india, (yendo) contra la realidad del país, que es multirreligiosa y multicultural, (persiguiendo) “el ideal de una cultura monolíticamente hindú”.
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