Sus características religiosas
Su escritura y su tradición
Sus consecuencias sociales
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El Concilio Vaticano II para institucionalizar y hacer oficial para toda la Iglesia la conducta que durante los siglos pasados sólo fuera patrimonio de algunos santos, dice: “La Iglesia mira también con aprecio a los musulmanes, que adoran al único Dios, viviente y subsistente, misericordioso y todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, que habló a los hombres, a cuyos ocultos designios procuran someterse con toda el alma, como se sometió a Dios Abraham, a quien la fe islámica mira con complacencia. Veneran a Jesús como profeta, aunque no le reconozcan como Dios; honran a María, su Madre virginal, y a veces también la invocan devotamente. Esperan además el día del juicio, cuando Dios remunerará a todos los hombres resucitados. Por ello, aprecian la vida moral y honran a Dios, sobre todo, con la oración, las limosnas y el ayuno.” (Nostra Aetate, 3).
Su fundación
Aunque el islamismo fue fundado en el siglo VI de la era cristiana, a sí misma se considera la religión más antigua incluso que el primer hombre y común a todos los mortales. El nombre se lo puso Mahoma (Corán III, 17 y V, 5) aunque sus seguidores creen que la fundó Alá y no Mahoma, quien “sólo” es su profeta. A Mahoma le gustaba el color verde. A pesar del particular aprecio que el Islam tiene por la figura de Jesús, a quien considera uno de las grandes profetas, destacado junto a Dios en el juicio final, sólo fue un hombre de gran santidad y excelente doctrina. Según Mahoma, los discípulos del nazareno habían adulterado y mitologizado su vida y sus enseñanzas, inventando una religión llamada cristianismo. Por ser un invento, es una religión falsa y Mahoma quiso proceder a su purificación pero cayó –como suele ser habitual- en un reduccionismo. Reduce el contenido bíblico a lo que le gusta, desechando lo que no le parece oportuno o acertado a sus intereses y así el islamismo aparece como una religión retrógrada porque plantea volver a las circunstancias del Antiguo Testamento.
Mahoma hace retroceder al hombre a aquel primer estadio, el del “ojo por ojo” y “diente por diente” que efectivamente sirve para superar su conducta bestial de los hombres de la antigüedad antigua pero no pasa de ahí. Hay que ser comprensivos pues ya el profeta Joel incentivaba al pueblo judío, de parte de Dios, a actitudes compresibles en aquella coyuntura de los hebreos, pero que no puede catalogarse como dogma incuestionable y para siempre: “Proclamadlo a las gentes, declarad la guerra santa; alistad soldados, vengan y lleguen los hombres de armas. Fundid los arados para espadas, las podaderas para lanzas (...) se acerca el día del Señor (...) el Señor ruge desde Sión (...) tiemblan cielo y tierra. El Señor protege a su pueblo, auxilia a los hijos de Israel” (Jl. 4,3.9).
Mahoma tuvo una experiencia de la omnipotencia ilimitada de Dios y su profunda convicción de la trascendencia divina choca frontalmente con la actual mentalidad occidental desacralizada e inmanentista que, si es atea, niega la trascendencia y, si es agnóstica, pasa “olímpicamente” de la realidad divina al negar explícitamente su influencia en la construcción de la vida colectiva en este mundo.
Mahoma nació en el 570 en una familia acomodada y murió a los 62 años (632). Siendo muy niño quedó huérfano de padre y madre y fue recogido por sus abuelos y, después por uno de sus tíos, buen comerciante con quien recorrió muchos países. En Siria conoció el judaísmo y el cristianismo o alguna secta cristiana y le cautivó la figura de Cristo a quien consideraba un gran profeta. Bastante joven se casó con Jadicha, 15 años mayor que él, viuda y rica pues poseía caravanas enteras de camellos.
Una vez oyó hablar del temor de Dios a un monje cristiano o paracristiano y le impresionó mucho. Quizá fue la causa, o una de ellas, de la crisis que tuvo a los 40 años, crisis espiritual que cambiaría su vida. Se retiró a una cueva a orar y meditar. Al regresar, manifestaba haber tenido revelaciones y visiones sobrenaturales y que el arcángel Gabriel le había traducido la Escritura (él era analfabeto). Entonces se convenció de ser también un profeta con una misión que cumplir. Se puso a predicar junto a la kaaba (la piedra negra) enfrentándose a aquellos paganos y a los judíos y comerciantes poderosos.
Cumplidos los 50 años (15 de junio de 622) huyó de La Meca con los que creían en él: su familia y alguna gente sencilla. Es la Hégira o exilio a Yazrib, luego llamada Medina al-Nabi o ciudad del Profeta. Con esta fecha de la hégira comienzan ellos a contar el cero del calendario con lo cual el año 2000 de la era cristiana es para los musulmanes el 1378.
El 1 de noviembre de 630 (ocho años después) regresó a La Meca con un buen ejército para invadirla y transformó la kaaba que hasta entonces era piedra sagrada para los paganos. Fue un caudillo social y político de indudables méritos. Se consideraba débil y pecador. Quizá su mayor defecto fuesen sus desórdenes sexuales aunque a su primera esposa la respetó siempre hasta la muerte. Pero una vez viudo, vivió la poligamia y permitió a sus seguidores tener hasta cuatro esposas y multitud de concubinas.
Mahoma es la versión castellana de Mohammad, que quiere decir “el digno de elogio”, pero su segundo nombre, Ahmad, en árabe es “el prometido”, el prometido por Jesús (cf Jn 14,16 ss) cuando dijo que vendría “el consolador”. Los cristianos habían adulterado el Evangelio y escribieron en griego “el consolador” (Parakletón) para referirse al Espíritu Santo y Mahoma afirma (cf Corán, LXI,6) que la Escritura debía decir originariamente en boca de Jesús periklytós que se traduce como Ahmad y significa “el nobilísimo”, “el alabadísimo”: no es otro que “el digno de elogio”. Así que él es el Profeta que supera a Jesús de Nazaret y es el último que Dios enviará para completar la Revelación.
Sus características religiosas
El mundo árabe premahometano lo formaban pueblos nómadas (beduinos) con religiones diversas que, en común, veían el cielo cubierto de dioses y consideraban que en los astros están los poderes especiales de la divinidad. También los ríos y los animales les sugerían la presencia de lo espiritual. En general eran animistas y cada tribu tenía sus propios dioses. Hasta Mahoma había sido escasa la influencia de los persas, judíos o cristianos porque les solían llegar las cosas diluidas o a través de herejes con los que conectaban en los viajes de negocios.
El Dios de los musulmanes es Allah (equivale al hebreo El), espíritu puro, un Dios omnipresente, creador de todas las cosas, especialmente del hombre, providente que determina el destino del hombre, poniéndolo a prueba mientras vive pues es remunerador. Los musulmanes fieles tienen el premio del cielo y el purgatorio es para los judíos y cristianos, siempre y cuando no hayan sido apóstatas. La condenación es segura para el increyente. El sufrimiento y el gozo ante los acontecimientos de la vida son necesarios para aceptar la voluntad divina. Su arbitrariedad no pone freno a su omnipotencia y la teología islámica difícilmente la conjuga con la libertad humana que la margina siempre en favor de salvar la omnipotencia de Allah. Una aseveración tradicional islámica dice que “Dios ayuda a quien se ayuda”.
Por definición, el teólogo musulmán renuncia a estudiar los misterios de Dios por el exagerado acento que pone a su trascendencia. Así la Revelación no es tanto una vía para el conocimiento de Dios sino únicamente un camino de salvación que se contenta con ignorar quien es Dios; basta obedecer sus mandatos para salvarse. Cuán lejos se ha ido del cristianismo, que, en palabras de Juan Pablo II, es la religión de “la intimidad de Dios” (TMA, 8). En otra ocasión manifestó que “cualquiera que, conociendo el Antiguo y el Nuevo Testamento, lea el Corán, ve con claridad el proceso de reducción de la divina Revelación que en él se lleva a cabo (...) Toda esta riqueza (lo que Dios ha dicho de sí mismo) de la autorrevelación de Dios, que constituye el patrimonio del Antiguo y del Nuevo Testamento, en el islamismo ha sido abandonado de hecho” (Cruzando..., p. 106).
El reduccionismo, como hiciera el arrianismo pocos siglos antes y como hará el cristianismo centroeuropeo de la Reforma siglos después, consiste en no aceptar la divinidad de Cristo, o su muerte tal como la narran los evangelios, o su resurrección. Se niega, por tanto, que haya Encarnación y Redención ya que el musulmán cree que el hombre no necesita ser redimido, simplemente necesita la misericordia de Dios (como repetirá Lutero aunque con algunos matices peculiares). El problema -ciertamente “irresoluble” para la teología católica- entre la libertad humana y la predestinación, la teología islámica lo resuelve (no acepta que sea irresoluble) siempre en la perspectiva providencialista y, por tanto, con un claro fatalismo que justifica la llamada al creyente a disfrutar plenamente de esta vida, de todos los dones recibidos de Dios.
Todos y cada uno de los aspectos de la vida espiritual musulmana están marcados en las suras que, por considerarlas divinamente reveladas, no pueden ser interpretadas, sino asumidas con docilidad. El fallo en los preceptos son los pecados (grandes o pequeños) que Dios, clemente y misericordioso, perdona siempre que uno se arrepiente y hace penitencia. Se confiesan directamente con Dios que únicamente no perdona la incredulidad. Las suras abarcan indicaciones muy concretas para los alimentos, oraciones, limosnas, abluciones, purificaciones, etc. Y condenan la blasfemia, el asesinato, el hurto, el adulterio, la prostitución y la homosexualidad. Las cinco obligaciones principales son: la chachada o profesión de fe; la chachat u oración ritual, cinco veces al día y el viernes comunitariamente en la Mezquita; la zakat o limosna; la sawn o ayuno durante el Ramadán, a partir de los 14 años. Y la peregrinación a la Meca, al menos una vez en la vida.
Se admite la poligamia por la escasez de varones, pero hay que dar afecto a las esposas que pueden ser hasta cuatro, mientras se las pueda alimentar. El número de concubinas no está limitado. La mujer tiene un papel bien determinado (y bien estrecho) en la familia y en la sociedad musulmana pues son sólo educadoras hasta la pubertad. La discriminación sexual hace que las mujeres musulmanas sólo puedan casarse con musulmanes, en cambio los varones islámicos pueden hacerlo con mujeres judías o cristianas. Son preceptos que hay que cumplir y no cabe plantear un personal itinerario espiritual como hacen los cristianos para buscar libremente la identificación con Dios, lo cual les repugna.
Su escritura y su tradición
El Islam, como todas las demás religiones, no tiene la institución
de lo que los católicos llaman Magisterio; sólo escritura y tradición. Las
fuentes de la revelación, para los creyentes musulmanes, son el Corán (Escritura)
y la Sunna (Tradición) aunque, por el origen divino de aquella, ésta goza de
una gran desproporción.
Desde 1924 la simbólica figura del Califato, que el Imperio turco
conservó para legitimar la autoridad del Sultán, ha dejado de existir y así se
ha renunciado al reconocimiento de una autoridad religiosa universal, aunque
sus funciones y poderes fuesen meramente nominales.
El Corán es definitivo cuando los seguidores de Mahoma, a su
muerte, reunieron todos sus pensamientos y fijaron el texto sagrado con sus 114
capítulos (suras), un número variable de versículos (aleyas), y ochenta mil
palabras. Sus seguidores recogían sin orden las visiones y sueños que Mahoma
exponía en voz alta. Un sucesor suyo, el Califa Otsmán encargó a una comisión
de expertos que hiciera una versión única para unificar criterios y entender
adecuadamente las enseñanzas del maestro que suavizan la ley judía y la
evangélica.
La Sunna es la Tradición, el camino transitable y transitado que
contiene la vida de Mahoma, que es modelo para sus seguidores. Son las
respuestas del Profeta a diversas cuestiones que se le plantearon, son sus
consejos y advertencias, etc. También incluye el estilo de vida de sus
acompañantes. Esas colecciones de comentarios y sentencias se recogen junto a
los comentarios al Corán realizados por diversas escuelas teológicas
(tradicionalistas, mutazilíes, asharíes...), jurídicas (malikitas, hanafitas,
shafilitas, hanbalitas) y de las sectas (sunitas, jariyíes, chiítas...).
El Corán, con su lenguaje oscuro, lleno de poesía e imágenes
sugerentes, hace que la escritura y la palabra busquen la belleza del ritmo, de
la poesía, aunque no digan nada. El Corán es lo que mejor expresa el alma
oriental.
El musulmán no está llamado al martirio sino a confesar su fe por eso, en situaciones adversas, puede simular (ley de la taqiya) y así en la España del siglo XVI aceptaban exteriormente -no en su corazón- ser bautizados masivamente y acudían a los sacramentos por un cumplimiento simplemente externo y social de las obligaciones cristianas. Pero curiosamente cuando son mayoría en una nación, son intolerantes e instauran la ley islámica.
El islamismo es doctrinalmente una religión en la que vale menos el individuo que la comunidad y la razón vale menos que la fe por lo que, en los países musulmanes, las personas quedan como asfixiadas, ahítas de teocracia, con abulia de libertad y con anorexia de secularidad. El retraso que se nota con respecto a la Iglesia católica se puede ver en que el 21 de septiembre de 1998 fue para ellos el 30 de Yamad el-áwwal de 1419, día en que, en nombre del Dios Clemente y Misericordioso, 225.000 hombres se disponían a matar y a morir en la guerra entre Irán y Afganistán. Parece un suceso medieval de unos hombres se organizan con invocación divina para resolver el desvarío humano.
Es una religión que no quiere distinguir -como enseñó Jesucristo- entre Dios y el César por lo que un musulmán, cuando afirma “Ana muslim” (“Yo soy muslim = musulmán) quiere decir que no sólo es personalmente creyente en tal religión, sino que se sabe miembro de una comunidad a la vez civil y religiosa, la “Ummat al-Nabi” o “Comunidad del Profeta”. El que no es muslim, es apóstata y, por tanto, está condenado a la muerte, a veces biológica, pero siempre civil: disolución de su matrimonio, incautación de sus bienes, nulidad de su testamento, etc. El musulmán que se convierte al judaísmo o al cristianismo tiene merecida la pena de muerte. Los politeístas, que añaden otros dioses a Allah, tienen dos opciones: o convertirse al Islam, o la muerte y el infierno (Corán 4,22/18, 9,5ss, 120/121, 139/140, etc.). A los que llaman “gentes del libro”, o sea, judíos y cristianos, les cabe una tercera solución que es pagar un impuesto (jizya) que paga cada varón si no es pobre o esclavo (Corán 9,29).
La fe islámica entronca con la vida socio-político-cultural como también lo pretende cualquier religión, también el cristianismo aunque teóricamente sólo aspira a “cristianizar” las personas, pero desgraciadamente los hechos del pasado lo desmienten. Todo cristiano debe distinguir con claridad la condición de ciudadano y la de miembro de alguna comunidad religiosa, dos ámbitos realmente distintos, aunque sincrónicos, pues aprende de Cristo a dar “al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. El islamismo, por el contrario, impone una consubstancialización que somete todo (cultural, penal, moral, administrativo, cultual, etc.) al Corán como si lo profano no fuera autónomo. El católico ya sabe –aunque no todos lo practiquen- que los asuntos temporales dependen de Dios pero no directamente, en el sentido de que Dios haya concretado alguna de las miles de posibilidades que la inteligencia humana descubre para organizar este mundo. Cuando los musulmanes conquistan algún país, no sólo cambian la religión sino también la cultura. Se nota la misma idea que el protestantismo reactualizará en Europa con la Reforma del siglo XVI y que busca el laicismo, el ateísmo o cualquier otra religión civil como lo “logró” el cristianismo medieval con la Cristiandad. ¿Quién se copia a quién?
El verdadero musulmán cree en la “Sharia” o teocracia islámica que no da cabida a la “ley del ciudadano” y a la “ley del creyente”. En la tradición sunní la aplicación se ha ido progresivamente suavizando o secularizando. Hoy todavía no han entrado en la modernidad y no se han planteado las exigencias de la libertad religiosa (derecho humano básico); siguen considerando debilidad y falta de convicción la tolerancia de otras religiones en la comunidad.
No es de extrañar que tengan este aspecto negativo de confusión de los dos órdenes diversos que componen la realidad del hombre, aunque lo malo no es que les ocurra por debilidad, sino que lo creen como un bien, doctrinalmente justificado. Se ve como un cierto paralelismo con lo ocurrido en Occidente, por ej. en Irlanda tras la reciente paz que empieza a gestionarse en el Ulster, donde los católicos han vivido marginados en la vida social desde la conquista violenta de la zona irlandesa por los protestantes ingleses con la jugarreta que les gastaron tras la crisis de la patata. La guerra civil española, el golpe de Estado militar de la dictadura de Pinochet (para pagar con la misma moneda las actuaciones de Allende), la Revolución francesa, y tantos otros casos en la vida de las naciones de cuño cristiano, promovidos por ciertos grupos que añoran esas actitudes: o sólo César, o sólo Dios.
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