martes, 29 de junio de 2010

Pueblos mesopotámicos


Los sumerios
Los acadios

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De Mesopotamia se conoce su historia desde el V milenio aC, de la que destaca la dinastía de Ur (2050-1950 = un siglo); Uruk fue la primera ciudad-estado de la Historia. Luego fue el llamado Imperio de Babilonia (1830-1530 = tres siglos) que tuvo sometidos a 50 príncipes desde el Tigris y Éufrates hasta el Mediterráneo. Más tarde fue del dominio asirio (1530-1200 = dos siglos). En Babilonia vivió Hammurabi (1728-1686 = casi medio siglo) y dominaron los hititas (1370-1250 = casi siglo y medio).

El 2º Imperio babilónico es el de los caldeos, del siglo IX al VI aC. Todos ellos, para historiadores sin prejuicios, estaban emparentados con los semíticos del norte y se caracterizaron por sus ciudades-estado al sur de Mesopotamia.

Vivían una teocracia pues el rey era considerado intermediario con los dioses, que son los buenos y quienes viven en el templo. Cada ciudad tenía sus dioses (se conocen más de mil), bien seres masculinos o femeninos o bien cosas. Abraham conoció el templo de Ur que, como los otros templos, eran edificios curiosos con terrazas como montañas o como las pirámides de Egipto o como observatorios astronómicos. Había sacerdotes y los textos que conocemos hoy son de plegarias materiales. Hacia el 2000 aC se impuso un régimen centralizado, con un dios (Marduck) y una religión de toques astrales y planetarios. Fue Nabuconodosor II quien reconstruyó en Babilonia (600 aC.) el grandioso ziqqurat de 90 mts.

Al inicio del segundo milenio aC, al comienzo del “bronce medio”, había en la orilla del Mediterráneo oriental numerosas tribus de pastores nómadas que se desplazaban por las estepas en busca de pastos. Esa región se llama Canaán, tierra de Israel o Palestina. Hacia 1850 aC llegó Abram desde Ur de Mesopotamia donde habían reinado los sumerios (5000-2400 aC) mientras en Egipto había habido el Imperio Antiguo (2800-2200 aC) que edificó las pirámides.

El cambio climático por las grandes sequías de Canaán entre 1600 y 1250 aC trajo la concentración de la población. Los pequeños poblados fueron abandonados y se agruparon en las tierras bajas o en los grandes valles entre montañas, más aptos para la agricultura.

Los sumerios

Entre el 5000 y el 2400 aC, los sumerios habitaban entre el Tigris y el Éufrates, al sur del Irak actual; región llamada Mesopotamia (entre dos ríos) y el Creciente fértil. Del 2360 al 2065 aC fueron los acadios quienes llevaron la batuta y del 2100 a 1960 aC los neosumerios. Acadios y sumerios rivalizaron sus programas comunistas y capitalistas aunque evidentemente ellos no los llamaron así.
Los de Sumer son la primera civilización, con quienes empieza la Historia si se
considera que la Prehistoria acaba cuando se inician la escritura y las ciudades o núcleos urbanos. Aparecen así las clases sociales, los grandes señores y los sacerdotes que pronto acaparan el poder.

La hipótesis de que llegaron como inmigrantes se tachó de falsa en el siglo XX con los que promovían el anticristianismo visceral y buscaban alejarse al máximo del relato bíblico. Negaron para ello las indirectas o directas evidencias científicas como el origen multiétnico y, con el tiempo, las lenguas fueron evolucionando al arameo.

Las religiones de la cuenca mesopotámica, de los sumerios y asirio-babilonios, tienen cierta uniformidad en el matiz imperialista de su concepción: los dioses son grandes reyes y señores ante los cuales los hombres son vasallos o esclavos. Esta concepción facilita el desarrollo del culto y de los grandes templos. La oración se hace sobre todo oficial, externa y organizada, pasando a un segundo plano en la vida del creyente y como complemento del sacrificio. Será presidida por un sacerdote y el pueblo asiste relegado a mero espectador que dice “amén”, lleno de reverencia y temor. Los grandes cultos se tiñen de fuertes caracteres mágicos, destaca el esplendor literario de la oración por lo que puede hablarse del comienzo de los grandes rituales. Pero se duda mucho que todo este esplendor redundase en una interiorización de la oración privada.

Los sumerios distinguían dos períodos en la historia primitiva, uno (lab abubi) anterior al diluvio y otro (arki abubi) posterior. La tradición mesopotámica nos ha legado listas de 9 reyes antidiluvianos, encabezada por Alulín, a los que se atribuye una extraordinaria longevidad. Ziusudra es el Noé bíblico. Para los tiempos posteriores al diluvio las mismas tradiciones hablan de una restauración de la “realeza que baja del cielo”. El escritor del Génesis hace un preámbulo e introducción a la historia del pueblo hebreo que divide en dos períodos: uno inicial desde la creación de la humanidad por Dios hasta el cataclismo del diluvio; y otro período que arranca de la terminación del diluvio hasta la aparición de Abrahán en el marco de la historia de la salvación. En el primer período reproduce una lista de diez patriarcas desde Adán a Noé, considerados transmisores de la revelación primitiva y a los cuales se les concede larga vida.

Entre las listas babilónicas y las de la Biblia existen analogías y discrepancias. La diferencia es total en cuanto a la función de estos personajes: en la Biblia son los antepasados de la humanidad y en la babilónica son reyes locales. El horizonte de Babilonia es nacional y en cambio en la Biblia es universal y de índole estrictamente religiosa. El héroe del diluvio babilónico se salva del cataclismo y se convierte en inmortal, como los dioses, sin embargo Noé, salvado de las aguas, sigue siendo un hombre mortal.

Puede que el autor del Génesis, localizado después del exilio persa, reprodujera el catálogo de patriarcas antidiluvianos según las diversas tradiciones israelíticas ya que circulaban en Babilonia listas semejantes de ocho o diez reyes que reinaron en esa ciudad desde los orígenes divinos de la realeza hasta el advenimiento del diluvio. Uno de los textos babilónicos (el W.B.444) cita ocho reyes que reinaron en total 241.200 años y según la epopeya de Gilgamés el último de la serie es Ubara-dudu, padre del héroe del diluvio Um-napistim. Otro texto (el W.B.62) contiene diez nombres de reyes que reinaron 456.000 años; el último fue Zi-u-sud-du, el héroe del diluvio en el texto de Nippu. Otro tercer texto (llamado Beroso) menciona 10 reyes con un reinado total de 432.000 años.

De todos modos, es evidente que la lista de los patriarcas bíblicos antidiluvianos no ofrece ningún dato histórico y geográfico concreto, ni supone una realidad cronológicamente histórica. El medio cultural de los patriarcas no es el paleolítico y el escritor del Génesis nada sabía, ni la inspiración divina le dotó de una sabiduría natural, científica anticipada a su tiempo ni de las condiciones materiales de vida existentes en los tiempos prehistóricos que relata. Únicamente por razones religiosas le importa demostrar, por una cadena continua de nombres, la unidad de la Historia de la salvación; entre Adán y Noé y entre éste y Abrahán no hay solución de continuidad, no falta ningún eslabón en la inmensa cadena que unía dos fechas tan distantes entre la creación del primer hombre (quizá unos 2 millones de años aC) y el diluvio (probablemente 4000 aC).

Sería desconocer el género literario de las genealogías decir que el último redactor del Génesis quiso confeccionar una cronología y una genealogía exacta y completa de los años que transcurrieron y que señaló exactamente el nombre y el número de patriarcas que llenaron ese espacio de tiempo. Los autores del Pentateuco Samaritano y de la traducción de los Setenta intuyeron claramente que detrás de un conjunto de nombres y de cifras había una reflexión teológica del autor bíblico que se propuso, por medio de una forma peculiar de decir y narrar, enseñar cómo en los designios divinos se enlazaban los grandes hechos dogmáticos de los orígenes de la humanidad. Los Setenta conocieron la cronología hebraica de los patriarcas antidiluvianos pero, con el fin de armonizarla con los conocimientos más perfeccionados que tenían los egipcios de la antigüedad de las civilizaciones, revisaron los números y los aumentaron sistemáticamente y alargaron el tiempo transcurrido.

Los acadios

Acadia es la región mesopotámica central (siendo Persia la periférica) habitada por los semitas llegados del desierto sirio y establecidos junto a los sumerios. Su lengua se emparentaba con la de Arabia y Palestina. Llegaron probablemente hasta Anatolia. Quizá el soberano de Khis destronó al de la dinastía Lugalzagesi en 2350 aC. y apoyado por los semitas recién llegados fundaron la nueva ciudad de Akkad. Este Imperio supuso una superación del sistema sumerio de las ciudades-estado vinculadas al culto de una divinidad o a un templo y aspiraban a un dominio universal.


El cambio lo lideró un semita de origen humilde, Sargón, que aprovechó la debilidad sumeria debido a sus interminables luchas intestinas. Se le tiene como el primer emperador de la Historia pues extendió sus dominios acadios por toda Mesopotamia, llegó a las costas mediterráneas, a Siria. Se le proclamó “rey de las cuatro zonas” que era todo el mundo entonces conocido por esos hombres. Sargón I de Akkad o Sharrukín se considera un rey tiránico que originó mucho malestar social, impuso el acadio en todo el imperio y sustituyó cada rey local por un feroz jefe militar. 

Fallecido en 2280 aC, le sucedió su hijo Rimush que acabó con las revueltas de los indignados por la fuerza y la sangre. El imperio terminó con Sharkalisharri , el nieto de Sargón, pues Khuruk-in-Shusinak , el gobernador de Elam, lideró la sublevación.
Se le quiere identificar con Nemrod, quien, según la Biblia, fue el que diseñó el disparatado plan de la “torre de babel”. Sigue siendo un enigma y un reto para el conocimiento tanto científico como religioso. Para algunos se construyó con Alejandro Magno en 331 aC, cuando conquistó Persia al derrotar a Darío. Sus crónicas griegas cuentan que conoció en Babilonia su cultura astronómica y deducía que los caldeos existían desde 1903 años antes. Así que esa ciudad existía en el 2234 aC; el griego Porfirio (+305 dC con 71 años) y el latino Simplicio (siglo VI dC) dan esa fecha.

Herodoto describe la torre con 8 niveles, 60 mts de altura y 20 pisos. En la última hay una capilla, una cama magníficamente dispuesta y una mesa de oro. De noche sólo puede quedarse una hija del país escogida por Dios, o sea por los sacerdotes.

A pesar de lo esporádico de este fenómeno (180 años del III milenio aC), fue un precedente de notable peso. Un Imperio que tuvo siempre roces con las autoridades religiosas porque los textos narran que muchos soberanos morían por castigo divino tras profanar algún santuario.
Es posible que no aceptaran íntegramente el complejo mundo religioso sumerio y que tuvieran conflictos por razones materiales, consecuencia de la dialéctica entre una sociedad de propiedad agraria vinculada a los templos (como era la sumeria) y una sociedad acadia basada en la propiedad privada y familiar.

Las grandes catástrofes naturales que sufrían de vez en cuando (sequías e inundaciones), les hizo ver que no eran el centro del universo. El hombre estaba hecho para servir a los dioses, para que fueran benévolos con ellos. Con esta mentalidad es fácil entender el poder que tenía la clase sacerdotal: los almacenes del templo solían ser los más ricos por donaciones o por la cosecha de sus propias tierras, las cuales se consideraban tierra de los dioses. El templo y el clero era una unidad económica independiente que organizaba su propio comercio, tierras y escribas.

El poder civil estaba en manos del príncipe, el cual nunca llegó a ser divinizado hasta la época de Ur III. Era sin embargo el juez supremo y jefe militar de su territorio. De él se esperaba protección y construcciones públicas en beneficio de la ciudad. El palacio en el que vivía era un centro económico y administrativo, desde el cual se gobernaba la ciudad-estado.

Los “gutis” de los montes Zagros, en el Kurdistán, que bordean la meseta, invadieron Mesopotamia (2190 aC) y en 40 años destruyeron el Imperio acadio. Pero Urnamu, gobernador de Uruk, enseguida expulsó a los “gutis” de Babilonia e instaló el nuevo imperio neosumerio aunque tenía los días contados cuando empezaron a independizarse ciudades del norte como Isín y Larsa. A ello se añadió la incursión de los semitas amorreos. El rey amorrita Hamurabi logró hacerse con todo.

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