En
Sri-Lanka, Armenia, Colombia y en Chiapas
Del 12
al 19 de enero de 2015 el papa Francisco estuvo en el Bandaranaike Memorial
International Conference Hall, Colombo (Sri-Lanka), en el discurso del
encuentro interreligioso que reunía a las cuatro comunidades religiosas más grandes que
integran la vida de Sri Lanka: el budismo, el hinduismo, el islam y el
cristianismo (…) grandes tradiciones religiosas, que comparten con
nosotros un deseo de sabiduría, verdad y santidad.
En el
Concilio Vaticano II, la Iglesia católica declaró su profundo y permanente
respeto por las demás religiones. Dijo que ella «no rechaza nada de lo que en
estas religiones hay de santo y verdadero. Considera con sincero respeto los
modos de obrar y de vivir, los preceptos y doctrinas» (Nostra aetate,
2). Por mi parte, deseo reafirmar el sincero respeto de la Iglesia por ustedes,
sus tradiciones y creencias.
Durante muchos años, los hombres y mujeres de este
país han sido víctimas de conflictos civiles y violencia. Lo que se necesita
ahora es la recuperación y la unidad, no nuevos enfrentamientos y divisiones. Espero que la cooperación interreligiosa y
ecuménica demuestre que los hombres y las mujeres no tienen que renunciar a su
identidad, ya sea étnica o religiosa, para vivir en armonía con sus hermanos y
hermanas.
Del 24 al 26 de junio
del mismo año viajó a Armenia que fue
el primer país cristiano de la historia pues fue el primero en convertir el
cristianismo en religión de Estado en el 301. En su territorio se encuentra el
monte Ararat del que se dice que es donde encalló el arca de Noé durante el
diluvio universal y se salvó así del naufragio. En el encuentro interreligioso,
alabó –como hiciera Juan Pablo II- la unidad en la diversidad y aunque queda
camino que recorrer para la unidad plena, los
muchos mártires son las estrellas que nos indican el camino.
No
dejo de pensar –dijo Francisco- en
las pruebas terribles que vuestro pueblo armenio ha experimentado: Apenas ha
pasado un siglo del “Gran Mal” que se abatió sobre vosotros. Ese «exterminio
terrible y sin sentido», este trágico misterio de iniquidad que vuestro
pueblo ha experimentado en su carne, permanece impreso en la memoria y arde en
el corazón. Quiero reiterar que vuestros sufrimientos nos pertenecen: «son los
sufrimientos de los miembros del Cuerpo místico de Cristo» (Juan Pablo II, Carta apostólica en ocasión del XVII
centenario del bautismo del pueblo armenio, 7); recordarlos no es sólo
oportuno, sino necesario: que sean una advertencia en todo momento, para que el
mundo no caiga jamás en la espiral de horrores semejantes.
En Colombia del 6 al 12 septiembre 2017
acudió a la ciudad Contecar (Cartagena de Indias), que –dijo Francisco- ha sido llamada «la heroica» por su tesón
hace 200 años en defender la libertad conseguida, celebro la última Eucaristía
de este viaje. También, desde hace 32 años, Cartagena de Indias es en Colombia
la sede de los Derechos Humanos
Colombia hace décadas
que a tientas busca la paz (…) No se alcanza con
el diseño de marcos normativos y arreglos institucionales entre grupos
políticos o económicos de buena voluntad.
Decía ya ese escritor tan de ustedes y tan de todos: «Este
desastre cultural no se remedia ni con plomo ni con plata, sino con una
educación para la paz (…) nos levantamos temprano para seguirnos matándonos los
unos a los otros... una legítima revolución de paz que canalice hacia la vida
la inmensa energía creadora que durante casi dos siglos hemos usado para
destruirnos» (Gabriel García Márquez, Mensaje
sobre la paz, 1998).
San
Pedro Claver supo restaurar la dignidad y la esperanza de centenares de
millares de negros y de esclavos que llegaban en condiciones absolutamente
inhumanas, llenos de pavor, con todas sus esperanzas perdidas.
Pienso
en el drama lacerante de la droga, con la que algunos lucran despreciando las
leyes morales y civiles. Este mal atenta directamente contra la dignidad de la
persona humana y va rompiendo progresivamente la imagen que el Creador ha
plasmado en nosotros. Condeno con firmeza esta lacra que ha puesto fin a tantas
vidas y que es mantenida y sostenida por hombres sin escrúpulos.
Terminar
con el narcotráfico que lo único que hace es sembrar muerte (…) «en la
devastación de los recursos naturales y en la contaminación; en la tragedia de
la explotación laboral; pienso en el blanqueo ilícito de dinero así como en la
especulación financiera (…) exponiendo a la pobreza a millones de hombres y
mujeres; pienso en la prostitución (…) en la abominable trata de seres humanos,
en los delitos y abusos contra los menores, en la esclavitud que todavía
difunde su horror en muchas partes del mundo, en la tragedia frecuentemente
desatendida de los emigrantes con los que se especula indignamente en la
ilegalidad» (Mensaje para la Jornada
Mundial de la Paz 2014, 8).
Del 12 al 18 de
febrero 2016 en México en donde se encontró con los indígenas de Chiapas en el Centro deportivo municipal de san
Cristóbal de las Casas.
Nuestro
Dios (…) Padre (…) sufre ante el dolor, el maltrato, la inequidad en la vida de
sus hijos; y su Palabra, su ley, se volvía símbolo de libertad, símbolo de alegría, de sabiduría y de luz (…)
realidad que encuentra eco en esa expresión que nace de la sabiduría acuñada en
estas tierras desde tiempos lejanos, y que reza en el Popol Vuh de la siguiente manera: El alba sobrevino sobre todas las tribus
juntas. La faz de la tierra fue enseguida saneada por el sol.
En esta expresión, hay un anhelo de vivir en libertad, hay un
anhelo que tiene sabor a tierra prometida donde la opresión, el maltrato y la
degradación no sean moneda corriente.
De muchas maneras y de muchas formas se
ha querido silenciar y callar este anhelo, de muchas maneras han intentado
anestesiarnos el alma, de muchas formas han pretendido aletargar y adormecer la
vida de nuestros niños y jóvenes con la insinuación de que nada puede cambiar o
de que son sueños imposibles.
Muchas veces, de modo sistemático y
estructural, sus pueblos han sido incomprendidos y excluidos de la sociedad.
Algunos han considerado inferiores sus valores, sus culturas y sus tradiciones.
Otros, mareados por el poder, el dinero y las leyes del mercado, los han
despojado de sus tierras o han realizado acciones que las contaminaban. ¡Qué
tristeza! Qué bien nos haría a todos hacer un examen de conciencia y aprender a
decir: ¡Perdón!, ¡perdón, hermanos! El mundo de hoy, despojado por la cultura
del descarte, los necesita.
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