Resumen literal
del
Documento (22-07-2020) de la Academia Pontificia para la Vida
sobre Humana Communitas del Papa Francisco
(6-01-2019)
.
El Covid-19 ha traído tanta
desolación al mundo (…) todavía estamos en ello (…) ¿cómo evitará que
caigamos en la inercia de la complacencia, o peor aún, en la connivencia de la
resignación? (…) ¿Qué lecciones hemos aprendido? Más aún, ¿qué conversión de
pensamiento y acción estamos dispuestos a experimentar en nuestra
responsabilidad común por la familia humana? (Francisco, Humana
Communitas, 6-I-2019).
(…)
En el sufrimiento y la muerte de tantos, hemos
aprendido la lección de la fragilidad. En muchos países, los hospitales siguen
luchando, recibiendo demandas abrumadoras, enfrentando la agonía del
racionamiento de recursos y el agotamiento del personal sanitario. La inmensa e
indecible miseria, y la lucha por las necesidades básicas de supervivencia, hna
puesto en evidencia la condición de los prisioneros, los que viven en la
extrema pobreza al margen de la sociedad, especialmente en los países en
desarrollo, los abandonados destinados al olvido en los campos de refugiados
del infierno.
(…) La epidemia del Covid-19
tiene mucho que ver con nuestra depredación de la Tierra y el despojo de su
valor intrínseco. Es un síntoma del malestar de nuestra Tierra y de nuestra
falta de atención; más aún, un signo de nuestro propio malestar espiritual (Laudato si, 119).
(…) Consideremos la cadena de
conexiones que unen los siguientes fenómenos: la creciente deforestación empuja
a los animales salvajes a aproximarse del hábitat humano. Los virus alojados en
los animales, entonces, se transmiten a los humanos, exacerbando así la
realidad de la zoonosis, un fenómeno bien conocido por los científicos como
vehículo de muchas enfermedades. La exagerada demanda de carne en los países
del primer mundo da lugar a enormes complejos industriales de cría y
explotación de animales. Es fácil ver cómo estas interacciones pueden, en
última instancia, ocasionar la propagación de un virus a través del transporte
internacional, la movilidad masiva de personas, los viajes de negocios, el
turismo, etc.
(…) La lección recibida espera
una asimilación más profunda. Seguro que las semillas de esperanza se han
sembrado en la oscuridad de los pequeños gestos, de los actos de solidaridad
demasiado numerosos para contarlos, demasiado preciosos para difundirlos.
(…)
Al mismo tiempo, es necesario dar cuerpo a un concepto
de solidaridad que vaya más allá del compromiso genérico de ayudar a los que
sufren. Una pandemia nos insta a todos a abordar y remodelar las dimensiones
estructurales de nuestra comunidad mundial que son opresivas e injustas,
aquellas a las que en términos de fe se les llama “estructuras de pecado”. El
bien común de la comunidad humana no puede lograrse sin una verdadera
conversión de las mentes y los corazones (cf Laudato si, 217-221).
(…) Estamos llamados a una
actitud de esperanza, más allá del efecto paralizante de dos tentaciones
opuestas: por un lado, la resignación que sufre pasivamente los
acontecimientos; por otro, la nostalgia de un retorno al pasado, sólo anhelando
lo que había antes. En cambio, es hora de imaginar y poner en práctica un
proyecto de convivencia humana que permita un futuro mejor para todos y cada
uno. El sueño recientemente descrito para la región amazónica podría
convertirse en un sueño universal, un sueño para todo el planeta que “integre y
promueva a todos sus habitantes para que puedan consolidar un «buen vivir»” (Querida Amazonia, 8).
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