martes, 18 de mayo de 2010

Las religiones asiáticas

El hombre, un animal religioso
Sobre las grandes religiones asiáticas
Vayamos pero no de cualquier manera

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Después de 45 años de la clausura del Concilio Vaticano II, la humanidad actual supera los 6.000 millones de personas y para dialogar con todos los hombres, la Iglesia cuenta, entre otras cosas, con 200.000 misioneros que llevan el mensaje de Cristo a todas las gentes. No parece correcto decir que, si los cristianos sólo son 1.900 millones, todavía hay más de 4.100 millones que no han oído hablar de Cristo. Hoy día han oído hablar de Cristo hasta los esquimales como pasó, por ejemplo, con los egipcios del siglo XIII aC que también sabían de Dios. Cuando perseguían al pueblo judío y las ruedas de los carros se atascaban en la arena y estaban perturbados por la nube de fuego y humo, declamaron: “Huyamos de Israel que Yhawéh combate por él” (Ex 14,25). También habían oído hablar de Dios los asiáticos de la antigua Persia pues cuando la deportación judía a Babilonia, exclamaban: “éstos son el pueblo de Yhawéh, han sido echados de su tierra” (Ez 36,20).

Los 1.900 millones de cristianos se reparten (aprox.) entre 1.200 millones de católicos, 520 millones de protestantes, 120 millones de ortodoxos y 60 millones de anglicanos. Si a ellos se suman 1.200 millones musulmanes, 800 millones de hinduistas, 400 millones de budistas, 20 millones de judíos, 180 millones de paganos africanos y 60 millones pertenecientes a sectas, hacen un total de 4.560 millones creyentes frente a los 1.440 millones de no creyentes para los 6.000 millones del total de la humanidad actual.

Cuando se habla de Oriente y Occidente, suele caerse en cierto reduccionismo pues ni Occidente es sólo el cristianismo ni Oriente es sólo el budismo. Oriente engloba creencias tan diversas como el judaísmo (Israel), el islamismo (la franja que va desde Marruecos hasta Filipinas), el zoroastrismo (Irán), el hinduismo, el budismo y el jainismo (India), el confucionismo y el taoísmo (China), el sintoísmo (Japón), etc. Los 330 millones de budistas difícilmente pueden apropiarse la representación de los 3.200 millones de orientales.

El hombre, un animal religioso

Todos los pueblos tienen un mismo origen y los hombres intentan atinar con la Verdad a través de la raíz común, del elemento común fundamental que tienen todas las religiones y que quieren dar respuesta a los recónditos enigmas de la condición humana y su entorno. Son las mismas preguntas que se han hecho, se hacen y se seguirán haciendo, los hombres y mujeres de todos los tiempos, de todas las razas, de todos los colores, de todas las culturas, de todos los continentes. El hombre no sólo es un animal racional sino religioso pues este aspecto de su vida nunca está ausente, para bien o para mal.

La Iglesia, con el Concilio Vaticano II, ha manifestado su convencimiento de que la Revelación cristiana, desde su inicio, ha mirado la historia espiritual del hombre de manera que en cierto modo entran todas las religiones porque en cada una de ellas hay semillas del Verbo. Se ha recuperado la antigua opinión de san Justino que, "por hache o por be", se había dejado encerrada en el baúl de los recuerdos; históricamente privó otra opinión, evangélica sólo de nombre. La Iglesia sabe que todos los pueblos forman una única comunidad, que todos los hombres somos hijos del único Dios verdadero que hizo habitar a todo el género humano sobre la faz de la tierra y tienen también un mismo y único fin último, una vida eterna en Dios.

Cuando Nicolás y Mafeo, padre y tío de Marco Polo, llegaron a Bojaria, la ciudad más bella de Persia, vino un emisario de Alán, el señor de Levante, que era enviado por Cublai Khan, el gran señor de todos los tártaros del mundo, y, ante su asombro por ver hombres latinos por aquellos parajes, les dijo: “Señores, os advierto que el gran señor de los tártaros jamás vio un latino y tiene gran deseo de trabar conocimiento con ellos”. Cublai Khan les nombró embajadores ante el Papa y mandó que el barón Cogatai fuera su acompañante, llevando sus credenciales escritas en turco. El gran señor de todos los tártaros pedía al Papa que le enviara hasta cien sabios de la cristiandad que supieran las siete artes, que supieran discutir a los idólatras y explicar a los gentiles que todos los ídolos que tenían en sus casas eran obras del diablo y que supieran probar por razonamientos que la ley cristiana es mejor que la de ellos.

Cuando Marco Polo, mientras estaba encarcelado en Génova en 1298, contaba sus experiencias tenidas en Asia, su escribano, el maese Rustichello de Pisa, afirmaba que “os certifico que desde que Dios nuestro Señor plasmó con sus manos a Adán y Eva, nuestros primeros padres, hasta hoy día, no hubo cristiano ni pagano ni tártaro ni indio ni hombre alguno de ninguna generación que tanto supiere ni buscare como el dicho mi señor Marcos averiguó y supo” (MARCO POLO. Viajes, 8ª ed. Espasa-Calpe, col. “Austral”. Madrid 1983, p. 13).

El último Concilio recuerda que “ya desde la antigüedad y hasta nuestros días se encuentra en los diversos pueblos una cierta percepción de aquella fuerza misteriosa que se halla presente en la marcha de las cosas y en los acontecimientos de la vida humana, y a veces también el conocimiento de la suma Divinidad e incluso del Padre. Esta percepción y conocimiento penetra toda su vida con un íntimo sentido religioso. Las religiones al tomar contacto con el progreso de la cultura, se esfuerzan por responder a dichos problemas con nociones más precisas y con lenguaje más elaborado. Así en el hinduismo ... en el budismo ... así también las demás religiones que se encuentran por todo el mundo se esfuerzan por responder de varias maneras a la inquietud del corazón humano, proponiendo caminos, es decir, doctrinas, normas de vida y ritos sagrados” (NAe, 2).

La religión, como todo lo humano, conoce las vicisitudes de la historicidad, y con ella la falibilidad propia del hombre. A lo largo de la historia de la humanidad, han aparecido no sólo avances religiosos positivos, sino también deformaciones. Cuando el hombre no ha alcanzado o ha decaído en el conocimiento de Dios, suele caer en el panteísmo o en el politeísmo, formándose una imagen de Dios en la que los elementos impersonales casi ahogan a los personales, deformando sus atributos, concibiéndolo como un ser de algún modo cruel o arbitrario. Así toda la vida religiosa resulta afectada y, en mayor o menor grado, deformada.

La voluntad humana es la causa de las deformaciones cuando el hombre no quiere reconocer ni aceptar su dependencia del Creador y cae en la simple irreligiosidad práctica o incluso en la soberbia o rebeldía frente a Dios, si le mueve la pretensión de divinizar las realidades humanas o mundanas, acabando así en la idolatría, que es el intento de plegar el poder divino a finalidades humanas tal y como se encuentran, por ejemplo, en la magia. No sólo son deformaciones religiosas, sino incluso aberraciones como los sacrificios humanos, los cultos orgiásticos, etc., tal como documenta la historia.

Sobre las grandes religiones asiáticas

A las puertas del tercer milenio se consideraba la población asiática de más de 3.200 millones de habitantes, de los cuales sólo 300 millones son cristianos (la mitad de ellos católicos), mientras que los hinduistas son 750 millones, 670 millones los musulmanes y 330 millones los budistas. Quedan 1.150 millones por clasificar.
En la India, la amalgama de culturas llegadas con los diversos pobladores, a lo largo de muchos siglos (milenios), se sintetizaron en el hinduismo que es más bien un conjunto de filosofías y religiones. En China está el confucionismo, que no es religión sino una forma de gobierno, y el taoísmo, que no sale más allá de la mentalidad auténticamente china. En Japón penetró el budismo en 552 dC por Corea y en los siglos XVII-XIX tuvo allí cierto influjo el confucionismo.

En abril de 1998 tuvo lugar el Roma el Sínodo asiático, tercera cita continental de los obispos. El acento de las sesiones de trabajo estuvo en el diálogo interreligioso de la Iglesia con las diferentes culturas y religiones de Asia, el continente más extenso y más poblado del planeta. El cristianismo allí llegó, antes incluso que a Europa, por el apóstol santo Tomás; a Europa lo trajo san Pablo unas décadas después.

El padre Félix Anthony Machado, encargado del continente asiático en el Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso recordó que “la segunda evangelización, llevada a cabo en el siglo XVI, los misioneros no comprendieron bien la identidad religiosa de Asia, al considerar que tantas y tan diversas religiones eran un obstáculo que había que combatir. De esa actitud se derivaron no pocas consecuencias negativas y a la Iglesia católica no le debería costar tanto adaptarse a la cultura asiática que es tan profundamente religiosa. Otro serio obstáculo para la difusión del cristianismo, añadió, fue la colonización que corrió parejo a la evangelización y todavía hoy cada gesto de la Iglesia se interpreta por muchos no cristianos a la luz de experiencias pasadas”. También hay que tener en cuenta, añadía el padre Machado, “la tendencia del hinduismo a absorber a las demás religiones, también al cristianismo, y la concepción de la historia y de la persona humana que tienen esas culturas orientales”.

Ese mismo año Juan Pablo II presentaba su decimotercera Encíclica (16 de octubre, XX aniversario de su servicio pontificio), titulada “Fe y Razón”. En ella -como no podría ser de otra manera- confirma la fe de sus hermanos en el episcopado y, ejerciendo su función magisterial, escribe sobre el diálogo que ha de recuperar la armonía entre la fe (verdades naturales y sobrenaturales que tienen los cristianos por un don gratuito e inmerecido) y las verdades de orden natural -también religiosas- que, con la razón, han alcanzado -con mucho esfuerzo, a lo largo de muchos siglos - los hombres de otras creencias. “Una simple mirada a la historia antigua, muestra con claridad cómo en distintas partes de la tierra, marcadas por culturas diferentes, brotan al mismo tiempo las preguntas de fondo que caracterizan el recorrido de la existencia humana (...) Estas mismas preguntas las encontramos en los escritos sagrados de Israel, pero aparecen también en los Vedas y en los Avestas; las encontramos en los escritos de Confucio y Lao-Tse y en la predicación de los Tirthankara y de Buda; asimismo se encuentran en los poemas de Homero y en las tragedias de Eurípides y Sófocles, así como en los tratados filosóficos de Platón y Aristóteles. Son preguntas que tienen su origen común en la necesidad de sentido que desde siempre acucia al corazón del hombre" (FR, 1).

Vayamos pero no de cualquier manera

Todos los hombres estamos creados, por el mismo y único Dios, con una misma naturaleza racional, capaz de conocer para amar, en primer lugar al propio Dios y, desde Él, conocer y amar sus cosas: todas las criaturas animadas o inanimadas, y, por supuesto, al mismo ser humano. Por ello, la Iglesia, esta vez con una fuerza especial que le ha concedido el Espíritu Santo en el Concilio Vaticano II, tiene la clara conciencia de que el diálogo con todos los hombres no sólo es posible, sino que es inevitable e irremediable. No podría ser de otra manera por cuanto la misión divina confiada a los bautizados es la de “ir a todas las gentes”.

El Concilio recuerda que “la Iglesia católica no rechaza nada de cuanto hay de verdadero y santo en estas religiones porque no pocas veces reflejan un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres” (NAe, 2) por la convicción de la existencia de las llamadas “semillas del Verbo” presentes en todas las religiones. En otro pasaje el Concilio dice que el Espíritu Santo obra eficazmente también fuera del organismo visible de la Iglesia (cf LG, 13) como ya testimoniaba san Pedro y la primitiva Iglesia (cf Act 8,14-17; 10,34-11,19). La Iglesia, recordaba Juan Pablo II, se deja guiar por la fe de que Dios Creador quiere salvar a todos en Jesucristo, único mediador, porque los ha redimido a todos.

El papa Wojtyla, mirando al este asiático, observa que es el continente más poblado del mundo pero la Iglesia ha recogido modestísimos frutos a pesar del esfuerzo, siempre creciente, desde los mismos tiempos apostólicos. “La tradición de culturas muy antiguas, anteriores al cristianismo, sigue siendo muy fuerte” y, aunque la fe en Cristo tiene acceso a sus corazones y a sus mentes, sin embargo la imagen de la vida de los occidentales (identificados con la civilización cristiana) “es más bien un antitestimonio” que bloquea la aceptación del Evangelio. “Mahatma Gandhi más de una vez se refirió a eso, siendo indio e hindú, a su manera profundamente evangélico y, sin embargo, desilusionado por cómo el cristianismo se manifestaba en la vida política y social de aquellas naciones (...) Las grandes religiones del Extremo Oriente poseen un carácter de sistema. Son sistemas culturales y éticos con un notable énfasis en lo que es el bien y el mal. A ellas pertenecen ciertamente tanto el confucionismo chino como el taoísmo. Algunos de estos pueblos, también del sudeste asiático o de los archipiélagos del océano Pacífico, tienen culturas que se remontan a épocas muy lejanas. Los indígenas australianos se enorgullecen de tener una historia de varias decenas de miles de años, y su tradición étnica y religiosa es más antigua que la de Abraham y Moisés” (Messori, V. Juan Pablo II. Cruzando el umbral de la Esperanza, pp 95 y ss.).

Desde siempre los pueblos y civilizaciones del inmenso continente asiático están esperando la verdad que Cristo vino a enseñar para todos, pero hoy los hombres y mujeres del Occidente cristiano parecen quedar deslumbrados por prácticas religiosas orientales, dado el vacío e insatisfacción que sienten del materialismo y consumismo en el que se encuentran inmersos tras su descristianización. En nuestros días hay en Europa una propaganda de que el cristianismo y la Iglesia son los culpables de todos los males del mundo civilizado, y así los jóvenes (y los que no lo son tanto) vuelven su mirada a lo distinto, a lo exótico, al oriente hinduista o budista. El afán innato por lo religioso se quiere saciar de otra cosa no europea, que no sea lo anterior y se acude a religiones no cristianas, a sucedáneos religiosos o, peor aún, a sectas de cualquier pelaje, desoyendo el mensaje evangélico y dando la espalda al verdadero Cristo en Quien únicamente están las respuestas satisfactorias y definitivas que el hombre busca.

Durante algunas épocas de la historia de la Iglesia se ha circunscrito "lo cristiano" sólo a una determinada manera de concebir las cosas (Dios, hombre, mundo), identificando tal concepción cultural con el cristianismo. Podemos considerar como una expresión cultural llena de riqueza la que se desarrolla en el medioevo europeo cristianizado, pero de allí a pensar que únicamente ese esquema es posible hay un abismo. De igual forma es notable la cultura italiana del siglo XII o la española de los siglos XV y XVI, profundamente cristianas, pero no podemos aceptar que sean expresiones inseparables al mensaje del Evangelio, tal como se pretendió erróneamente en su momento. Baste recordar que la evangelización de China no fue posible en los siglos XVI y XVII, a pesar de la magnífica labor iniciada por san Francisco Javier y Mateo Ricci, debido a la reticencia del Occidente latino a la aceptación de otras pautas culturales. De hecho, en el término "cristiandad", se entiende, desgraciadamente, por un desvirtuado evangelio, como el identificar la evangelización con la imposición de un único modelo cultural.

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