Los mayas
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Después de la caída de Teotihuacan hacia el año 700, hubo en Mesoamérica varios siglos de tinieblas, cambió la índole de su civilización, las ciudades sin fortificaciones y gobernadas por sabios sacerdotes se desmoronaron y dieron lugar a ciudades guerreras y a religiones más belicosas.
Los mixtecas veneraban a una suprema pareja llamada Serpiente de Pluma y Serpiente de Jaguar, sustentadoras del mundo y practicaban como culto la ofrenda del corazón. Fue un pueblo que cayó bajo el dominio de los mexicas o aztecas.
El santuario ha sido honrado de alguna manera oficial por 24 papas. Benedicto XIV en el siglo XVIII la nombró patrona de Nueva España, desde Arizona hasta Costa Rica. En 1895 León XIII concedió su coronación. San Pío X en 1904 elevó el santuario a la categoría de Basílica y en 1910 la nombró patrona de toda América Latina. En el 45 Pío XII la nombró Emperatriz de América. Juan Pablo II lo visitó 4 veces entre 1979 y 2002; en la 3ª extendió la fiesta a todo el continente y le confió a Ella el destino y la evangelización de todos esos pueblos americanos. Se estima que cada año es visitado por 10 millones de personas.
Los aztecas o mexicas
El chichimeca es el último pueblo que quedaba en tiempos de la llegada de los españoles. Su nombre quiere decir “linaje de perros” y bien podía ser un clan totémico o bien se les puso por dos leyendas relacionadas con la catástrofe del cuarto sol, que acabó con un diluvio del que sólo se salvó una pareja. Enojado el dios Tezcatlipoca, les cortó las cabezas y las sustituyó por unas de perro. Otra es la leyenda de los Huicholas, según la cual, también después del diluvio, quedó sólo un hombre y una perra que resultó ser una mujer. Descenderían de esta pareja. Eran nómadas depredadores, siempre malos agricultores. Tenían una organización comunal fundamentada en la monogamia, una religión sencilla y una vida basada en sus éxitos guerreros hasta que fueron toltequizados.
Hacia el año 950 surgió Tula, la capital de los Toltecas construida en lo alto de una cima para tener fácil defensa en vez de estar enclavada en una llanura como Teotihuacan. El estado toltecatenía predominio de la casta militar, afán imperialista y de expansión. Los sacerdotes eran de la clase social privilegiada, estaban al servicio del poder militar, se dedicaban al culto y a la atención del calendario y la cuenta del tiempo. Este pueblo existió hasta 1168 dC, en el altiplano central en que fue destruida por bárbaros y sus habitantes huyeron hacia el sur de Nicaragua. Su influencia en todos los pueblos mesoamericanos fue innegable pues sus ideologías religiosas tuvieron un impacto sin precedentes; reconocido por los mismos mexicas o aztecas.
Los mexicas o mexicanos se llaman así por Mexi Chalchiuhtlatonac que fue uno de los primeros caudillos del pueblo que en 1168 partiera del NO y en 1215 invadió el valle de México. Desde su llegada cobraron fama de pendencieros, crueles, ladrones y falsos en su palabra. Se instalaron en Chapultepec pero luego fueron confinados por los culhúas a Tizapán, lugar de las serpientes. Desde 1299 hasta la fundación de Tenochtitlan sufren una fuerte aculturación. En 1323 son expulsados de Tizapán y huyen por el lago de Texococo hasta que en 1325 fundan su nueva capital en el islote rocoso donde vieron a un águila comerse una serpiente sobre un nogal.
De los mexicas o aztecas, Moctezuma I Ilhuicamina (El Iracundo) fue el 2º soberano (1440-69), sucesor de Itzcoatl, después que los fundadores de Tenochtitlan lograran independizarse de los tepanecas. Construyó el gran acueducto que llevaba agua potable desde Chapultepec a México y extendió el Imperio hasta límites jamás alcanzados por pueblo alguno mesoamericano. Moctezuma II Xocoyotzin (1502-20) fue el último tlatoani (gran Señor) azteca a quien tocó la amarga experiencia de entregar el Imperio a Hernán Cortés.
Llegó al poder muy joven y cambió radicalmente la política de su antecesor quien, a los plebeyos distinguidos en la guerra, los ascendía a cargos de responsabilidad mientras retiraba de la corte a los nobles por la sangre. A partir de 1517, toda una serie de portentos y presagios funestos anunciaron que algo extraordinario se iba a producir: auroras boreales, rayos sin truenos, cometas. Moctezuma convocó a sus sabios y sacerdotes para que le resolvieran el enigma. Las noticias recibidas en 1519 del desembarco en las costas del este de unos hombres blancos y barbudos, que navegaban en montañas, que andaban por el mar con extraños venados (caballos) y con instrumentos que vomitaban fuego, le hizo pensar en el retorno del dios tolteca Quetzalcoatl, anunciado por las tradiciones más antiguas, para tomar posesión del reino. Convencido de la inutilidad de resistir por la fuerza a los poderes sobrenaturales, se limitó a tratar de aplacar su ira y disuadirle para que no llegara a Tenochtitlan, sin darse cuenta de que su actitud fue malinterpretada por los españoles; cuando se dio cuenta, ya era tarde.
Como otros muchos pueblos de la América prehispana, la religión era un elemento de extraordinaria vitalidad y el factor más decisivo de su cultura, durante la época de máximo desarrollo del Imperio azteca. Cuando llegaron los españoles era un momento de pleno politeísmo con algún atisbo de incipiente monoteísmo en Texococo. El panteón azteca lo componía una multitud de divinidades y tenían un complejo sistema calendárico y no menos complicado sistema ceremonial y ritual, relacionado con los dioses también locales o regionales incorporados en sus conquistas.
Quetzalcoatl (serpiente emplumada), se consideraba el dios de la vida y del viento, descubridor del maíz y quien enseñaba a los hombres a tejer el algodón, a pulir el jade y a contar el tiempo. Pero el dios más importante era Huitzilopochtli, el dios tribal o colibrí sagrado, quien les guiaba y les hizo posible construir el Imperio del siglo XV.
El dios solar, hijo de la tierra y hermano de la luna y de las 400 estrellas del sur, es quien imponía el sacrificio de miles de seres humanos en los altares de sus templos, extrayendo a las víctimas su corazón aún palpitante, ofrecido a la estatua del dios, rociada con sangre fresca y luego consumido por el pueblo participante o por el fuego. También al dios del fuego (Xintecutli) se le ofrecían víctimas humanas inmolándole prisioneros de guerra.
Estos sacrificios humanos llegaron a alcanzar proporciones aterradoras. Los cráneos se amontonaban a los lados del templo, y Andrés Tapia, compañero de Cortés, narra que vio 136.000. Según los cálculos más prudentes, en 1486, durante la consagración del templo a Tenochtitlan, se inmoló 20.000 seres humanos en cuatro días. Algunos sacrificios eran por degollamiento, flechación e incineración en vivo.
Los mayas
Los mayas de Guatemala, Honduras y el Yucatán son un pueblo de origen asiático con rasgos mongoloides, por ejemplo, la llamada “mano china” o disposición de las rayas de la palma. Con datos arqueológicos y estilísticos de los monumentos se puede reconocer su historia desde el 317 dC hasta su desintegración en 1697. Sus continuas guerras tribales fueron en beneficio del escaso número de españoles que conquistaron aquellas tierras pobladas por algunos millones de habitantes. Hacia el siglo X vino la decadencia de esta civilización, su colapso cultural quizá provocado por una crisis económica y la consiguiente crisis política.
No tenían un estado ni una lengua únicos, sino que formaban (como hicieran los griegos precristianos) ciudades-estado independientes. Tenían el sistema de escritura más completo de todos estos pueblos o civilizaciones, quizá debido al período en que los sacerdotes fueron la casta dominante, desapareció el poder femenino y el matriarcado y se hicieron con las riendas del poder político, científico y cultural.
Su religión pre-hispánica es muy compleja, muy original e imbricada en la vida social y parece proceder de la evolución de la pre-maya con creencias de los nómadas en las fuerzas naturales. Del siglo IV al X, asentados y dedicados entonces a la agricultura, aparece el sacerdocio creándose una religión con adoración del tiempo. Del siglo X al XVI, los invasores mexicanos introdujeron la idolatría y los sacrificios humanos. El libro sagrado es el Popol-Vuh que narra las ideas de la creación del mundo. Tienen un dios creador Hun-ab-kú (dios-único-existente), padre de los dioses. Los cielos son trece, dispuestos en forma piramidal y el infierno o mundos inferiores son nueve. Sus cosmogonías se basan en la sabiduría matemática y sobre la base del número cuatro; así creen que hay cuatro mundos sucesivos destruidos por catástrofes, una de ellas fue el diluvio. Tenían un calendario con un año de 365 días, distribuidos en 18 meses de 20 días y otro mes con sólo cinco.
En el sacrificio ritual tomaban parte los sacrificadores o nacom y los chaces eran los sujetadores de las víctimas. Los oficiantes iban pintados del sagrado color azul y en ocasiones despellejaban a la víctima y el sacerdote se revestía con su piel, realizándose a continuación un banquete ritual canibalesco.
El principal espectáculo era un juego de pelota parecido al fútbol con equipos formados por prisioneros de guerra; a los del equipo perdedor se les decapitaba. Más que un simple juego era una ceremonia religiosa.
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