martes, 18 de mayo de 2010

Pueblos precolombinos

Las colonias de las Indias Occidentales
Los repartimientos
La acción evangelizadora

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Según algunos censos -ha escrito estos días Mons. Felipe Arizmendi Esquivel, obispo de San Cristóbal de Las Casas-, en toda América hay más de 42 millones de indígenas; en México hay cerca de 14 millones, de 56 etnias reconocidas. Sufren graves ataques a su identidad y supervivencia, pues la globalización económica y cultural pone en peligro su propia existencia como pueblos diversos. Su progresiva transformación cultural provoca la rápida desaparición de algunas lenguas y culturas. La migración, forzada por la pobreza, está influyendo profundamente en el cambio de costumbres y de relaciones entre ellos mismos. Sin embargo, se constata una clara emergencia de diversas etnias, que se hacen cada vez más presentes en la sociedad, exigiendo sus derechos.

Celebrando el V centenario de la evangelización de América con una Eucaristía en Santo Domingo, Juan Pablo II manifestaba su alegría por tal evento, aniversario de la llegada de Cristo, luz de las gentes a este Nuevo Mundo. Canonizaba a Ezequiel Moreno, obispo de la colombiana Pasto, proponiéndolo como modelo de evangelizador; falleció en Navarra de cáncer nasal. Y en la homilía decía: “Que la conciencia del dolor y de las injusticias infligidas a tantos hermanos, sea, en este V Centenario, ocasión propicia para pedir humildemente perdón por las ofensas (…) Vienen a mi mente aquellas palabras de Santo Toribio de Mogrovejo, Patrono del Episcopado Latinoamericano, en las que se declara profundamente dolido porque “no sólo en tiempos pasados se les ha hecho a estos pobres indios tantos agravios y con tanto exceso, sino que también en el día de hoy muchos procuran hacer lo mismo”.

Las colonias de las Indias Occidentales

En 1517 España concedió a Portugal el derecho de negociar con esclavos aunque los primeros africanos llegaron en 1502. Procedían de los reinos de Loango y el Congo, que conformaban una Confederación de Tribus integradas por los Kuba, los Pende, los Lundas y otros grupos pertenecientes a la lengua bantú.
La ceiba, árbol sagrado americano, se incorporaría a las prácticas africanas, así como el uso del tabaco empleado por los aborígenes como cicatrizante, vermífugo, estimulante, antirreumático y ritual. De la misma forma algunas prácticas bantú, como la de Palo Monte, objetos ceremoniales del culto, así como ciertos hábitos alimentarios fueron asimilados por los “indios” caribeños. Se puede demostrar la coexistencia de valores culturales y el sincretismo que produce el crisol excepcional multiétnico y pluridimensional, revelador hoy día de la esencia identitaria de estas gentes.

Con el cristianismo se logró un profundo mestizaje de españoles y portugueses que no vivían los indígenas entre sí. En las zonas a las que llegó la Iglesia, se evangelizó las masas. En el siglo XIX hubo una enorme emigración europea que alteró el cuadro racial de Argentina, Uruguay, sur de Brasil y estratos de Cuba, Puerto Rico y Chile. Añádase el gran aporte de judíos. En el siglo XX, junto a ser la zona del planeta más católica, hay mucha crisis y grandes peligros pues se presenta con pavor la cuestión social, la escasez de clero y el florecer de las sectas.
Al llegar los misioneros, imperaban los sacrificios humanos que degradaban a esas religiones paganas, aunque en otros aspectos eran civilizaciones avanzadas.

En Perú hubo luchas sangrientas, traición y cruel servidumbre de los conquistadores que retardaron los frutos de los misioneros hasta finales del XVI.
En 1539, los franciscanos empezaron en la zona del río de La Plata (Argentina, Uruguay y Paraguay), llegando desde Perú ayuda de mercedarios y otros franciscanos.
Brasil fue descubierto por el portugués Pedro Álvarez Cabral en abril de 1500 en su viaje a la India, aunque pensaba que era una isla. Los indígenas nada tenían en común con los de México o Perú; vivían sin unidad étnica ni lingüística: había cientos de pueblos y lenguas. En la costa vivían los tupi-guaraní, en la sabana interior los tapuias; tribus que estaban continuamente en guerra. El nombre Brasil se debe a los muchos “brasil”, un palo tintóreo que encontró Vespucio desde el primer momento. En 1503, algunos judíos expulsados de Portugal fueron a establecerse en estas nuevas tierras.

Un Consejo de Indias de Lisboa dirigía lo civil y lo religioso al estilo español pero se atendía mal el gobierno hasta 1549, aunque de 50 mil "civilizados" en 1580 se pasó al triple en 1640 y se contaban 750 mil en 1700; serán unos 3 millones los "civilizados" en 1800 frente a unos 300 mil que quedaban como "salvajes". En 1549 se creó un gobierno central (Capitanía general) encargado a Tomé de Sousa en cuya flota trajo un millar de colonos y algunos jesuitas. El Padre Anchieta, nacido en Canarias, tradujo el Catecismo a la lengua tupí. Un pequeño grupo se estableció en Piratininga (actual Sao Paulo) creando un colegio para niños portugueses y mestizos (mamelucos). Su tarea pastoral (doctrinal y social) fue importantísima mientras tuvieron que luchar, y no poco, contra la codicia de los colonos que buscaban a los “indios” como mano de obra servil.

Los repartimientos o encomiendas

Los repartimientos o encomiendas eran una característica institucional social del Nuevo Mundo hispánico y consistía en repartir o encomendar los “indios” de un territorio. Tendría algo propio pero la idea había sido traída de España, como tomando por modelo lo de las Órdenes militares en la Reconquista peninsular, cuando a los antiguos caballeros se les daba una encomienda con las rentas procedentes de las fincas, derechos que les otorgaba la liberalidad de los reyes, como premio a sus servicios.
Colón, ya en 1497, impuso en La Española a los indígenas la obligación de trabajar para su beneficio, lo cual degeneró en flagrantes abusos. Los primeros colonos no aceptaban esta política que Cristóbal y su hermano Bartolomé imponían a favor de sus privilegios y de la Corona.

El dominico fray Antonio de Montesinos, en una homilía de Adviento de 1511, en la iglesia de Santo Domingo, se expresó en términos muy duros contra los abusos. Fernando de Aragón creía que los dominicos incitaban a los colonos a la rebeldía. Cisneros, como moralista, comprendía las razones de los misioneros, pero como estadista estaba obligado a ser realista y no querer acabar con ello de un plumazo, sino con un plan gradual a cierto plazo encargado a los jerónimos que no estaban enredados en las querellas que enfrentaban a las Órdenes mendicantes.

Fray B. de Las Casas dijo que nacían ilegalmente cuando el rebelde Alcalde mayor de La Española, Francisco Roldán, se sublevó contra el Virrey-gobernador Cristóbal Colón. Los “indios” encomendados servían para trabajar la labranza, para las minas y los servicios domésticos. Para igualar a Roldán, Colón también repartió “indios” entre los suyos.

La concesión era un derecho-deber del rey a quien correspondía en exclusiva otorgarlas. Los virreyes de Perú lo tendrán como facultad ordinaria; en cambio en Nueva España era facultad delegada. Se llevaba un registro en libros con todos los datos: situación, nº de “indios”, clase, nombre del encomendado y sucesores, etc. Nunca llevaba anejo la propiedad de la tierra “india”.
La reina Isabel de Castilla (20-XII-1503) editó una Real Provisión al Gobernador General de las Indias (Nicolás de Ovando) para que repartiera todos los “indios” en La Española por un bienio o trienio. La razón era ayudarles a quitar la holgazanería y enseñarles civilización: que trabajen con alguien que les vigile y, de paso, de regalo o paga, el hispano se quedaba con el producto del trabajo indígena.
En 1509 se alcanzó el carácter vitalicio a instancias del Procurador General de La Española Nicuesa. En el 12 se amplió a una segunda vida; en 1550 a una tercera; en 1607 a una cuarta y en el 29 a una quinta. En Perú se consiguió para una tercera en 1629.

Algunos matizan que "repartir" era lo que se hacía la primera vez para el conquistador; en cambio, la encomienda era el acto para el sucesor a quien se le encomendaban unas cargas (civilizar y cristianizar) y derechos, aunque en Perú (la Copulata de Indias, 1570) se usaban indistintamente ambos términos.
Entre las obligaciones del encomendado estaba la de evitar abusos, construir casas estables de piedra y contraer matrimonio para asegurar la permanencia. Y tenía prohibido ausentarse demasiado tiempo sin permiso. Se consideraba encomendado todo “indio” excepto las mujeres, los viejos y los niños, o los recién cristianizados durante 20 años.

Se trataba de obtener prosperidad para la Corona y así gozar de la soberanía que le había concedido el Papa. Será Felipe II quien estudió la viabilidad de conceder perpetuidad si se lograban cuantiosos donativos. Los “indios” protestaron y ofrecieron más dinero por su libertad. En 1586, en la Contaduría Real, estudiaban el problema y el Rey denegó la perpetuidad. Carlos V reguló la Ley de sucesión (1545) para que una encomienda vitalicia con prórroga(s) se heredase bien: cuando le correspondía a una mujer o a un menor de edad, era obligatorio nombrar un escudero para que asumiera la obligación militar.
El “indio” encomendado era un débil jurídicamente y debía acudir al encomendador; el “indio” libre tenía plena capacidad jurídica y era el ideal de teólogos y moralistas: Paulo III en el Breve de 1537 declaró a los “indios” personas libres y capaces de derecho. La primera experiencia de dar libertad a los “indios” fue en 1520 pero no será hasta los Decretos de 1718-21 cuando se supriman las encomiendas a medida que vayan muriendo los tenedores.

Como había más gente con méritos que encomiendas a dar, se inventó la figura del pensionista que percibía un máximo de 2000 pesos anuales sacados de la renta producida por una encomienda. Se prohibía ser a la vez encomendador y pensionista. Hacienda se quedaba un tercio anual tanto de la encomienda como del pensionista.

La acción evangelizadora

Juan Pablo II en Zaragoza en 1984 dijo: "Como pastor de la Iglesia universal, deseo agradecer profundamente la generosidad ininterrumpida con la que, desde hace casi cinco siglos, tantas familias españolas han entregado hijos e hijas, para que llevaran la luz de Cristo a los pueblos del Nuevo Mundo. ¡Gracias, pues, en nombre de la Iglesia! ¡Gracias a aquellas familias españolas que en los 40 primeros años de descubrirse el Nuevo Mundo enviaron allí cerca de 3.000 religiosos y unos 400 clérigos! ¡Gracias porque, en estos cinco siglos, más de 200.000 misioneros españoles han marchado a servir a la Iglesia en Hispanoamérica!”.

Cuando llegó la evangelización al nuevo continente en 1492 era poca la población tanto en USA y Canadá como en muchas zonas del sur. Era más elevada en Perú y México. No hay datos de cuántos eran, pero un franciscano escribió relatos del 1526-40 diciendo que habían bautizado a 9 millones. Bartolomé de Las Casas dice que el exterminio de “indios” había hecho caer la población de Haití desde 3 millones a 14.000. Ya que tanto uno como otro pueden inflar sus cifras para arrimar el ascua a su sardina, cabe pensar que en total eran pocos millones. Quizá un total de siete millones repartidos entre 500.000 en USA y otro tanto en el sur, más 2 ó 3 millones tanto en México como en Perú. L. Hertling dice que siendo tan pocos nativos para tanto territorio, no se justifica que los “indios” tuviesen derecho a considerarse propietarios ni que los europeos sean considerados invasores.

Que el adoctrinamiento de los infieles legitimaba la conquista por las armas, era la tesis evidente para las autoridades civiles y la inmensa mayoría de eclesiásticos. El escocés John Major, profesor de Teología en la Universidad de París, publicó un opúsculo en 1510 aplicando esta doctrina a los “indios” americanos. El humanista Juan Ginés de Sepúlveda declaraba como imprescindible esta tesis en su “Democrates alter” (1511) justificando la conquista española en la superioridad de su civilización europea-cristiana. Aplicaba la doctrina aristotélica que en su “Política” dice que los hombres bárbaros e incultos habían nacido para ser siervos de los dotados de razón.

De todos modos esta tesis racista, que llevó a pintar exageradamente las costumbres aborígenes y a meterlas todas en un mismo saco de podredumbre, no fue aceptada lógicamente por todos. La defensa de la dignidad de los indígenas llegó hasta Roma, donde Paulo III (1537) proclamó en una Bula que los “indios” americanos eran seres racionales y por tanto podían disponer libremente de sí mismos y de sus personas. En esta línea estaba la Escuela de Salamanca. En 1541, fray Bartolomé de las Casas, en presencia de Carlos V, defendió que las conquistas españolas en el Nuevo Mundo eran “invasiones violentas de crueles tiranos, condenadas no sólo por la ley de Dios sino por todas las leyes humanas”. Tres años más tarde, Ginés de Sepúlveda publicaba “Democrates secundus” donde trataba de probar que las guerras contra los “indios” eran justas e incluso imprescindibles y preliminar para la evangelización.

La bula papal de 4-V-1493 otorgaba unas zonas para los españoles y otras para los lusos; la bula de 1505 regulaba los diezmos que habían de pagarse a los reyes así como la obligación de éstos de dotar convenientemente a los eclesiásticos de allí. Fernando de Aragón arrancaba a Julio II, tras duro forcejeo, otra bula sobre estas concesiones el 28-VII-1508. Así la dirección de la Iglesia quedaba estrechamente anclada al rey que Roma no pudo debilitar ni en el s. XVII, cuando la Congregación de Propaganda Fidei impulsó mucho las misiones. Tales concesiones las inició Portugal en 1415 al tomar Ceuta. España lo imitó al tomar Granada.

Julio II creó las primeras diócesis en el 1504 pero fracasaron porque no estaban bajo el Patronato Real (de quien dependían todas las autoridades civiles: Virreyes, Capitanes generales, Gobernadores) pero rectificó en el 08 con los tres nuevos obispados en Isla Española (Haití para nativos), Santo Domingo y San Juan de Puerto Rico. Todo nacía con regalismo y salpicaduras galicanas.
En el XVI Felipe II sistematizó la acción con el papado y así las Órdenes religiosas encontraron el campo marcado y regado por lo que la expansión evangelizadora va muy rápida: fray Zumárraga, primer obispo de México, en el capítulo general de su Orden en 1527, dice haber bautizado a 250.000 “indios”, haber despedazado 20.000 ídolos y haber destruido más de 500 templos paganos.

Luces y sombras ya que la evangelización se hace a la vez que la conquista civil. En 1524 llegaba Cortés con el mercedario P. Olmedo y dos franciscanos de Flandes le acompañaban en la malograda expedición de Honduras. Lo metódico empezó en junio cuando llegaron los llamados "doce", luego vendrán a cientos y más tarde muchos más evangelizadores de otras Órdenes (dominicos, agustinos, jesuitas,...).
El dominico fray Bartolomé de las Casas, obispo de Chiapa (+1566), se alzó con energía y elocuencia de fuego para defender a los amados “indios”; por ello, hizo siete viajes a España para abogar por sus derechos y en 1542 logrará que las leyes supriman la esclavitud de los amerindios, aunque sigan teniendo esclavos negros africanos, lo cual no les suponía ningún problema de conciencia.

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