miércoles, 19 de mayo de 2010

El pueblo hebreo



Hablando se entiende la gente
Sueños mesiánicos
El sionismo
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Benedicto XVI ha visitado la sinagoga de Roma (domingo 17 enero 2010); es la tercera después de la de Colonia (2005) y la de New York (2008). Ese día coincide con la celebración del Mo’èd de Plomo, una fiesta específica de los judíos de Roma que conmemora el milagro que tuvo lugar en 1793, en el mes judío de Shevat (enero), cuando un incendio, seguramente provocado, prendió las puertas del ghetto judío de Roma. De repente el cielo se oscureció “como el plomo” (de ahí el nombre de la fiesta) y comenzó una lluvia torrencial que extinguió las llamas, salvando la vida de los habitantes.

La fiesta del Mo’èd de Plomo coincide este año con otro acontecimiento importante, la reanudación de las Jornadas de Reflexión Judeocristiana, que cada año suelen celebrarse el día 17. Estas Jornadas se interrumpieron el año pasado, por parte de los representantes judíos, como signo de protesta por el permiso concedido por el Papa de utilizar la fórmula, aunque modificada, del Oremus et pro Iudaeis para el rito tridentino. Precisamente, el pasado 24 de septiembre de 2009, coincidiendo casi con el Yom Kippur (Día del perdón), el cardenal Angelo Bagnasco, presidente de la Conferencia Episcopal Italiana, y los rabinos Giuseppe Laras, presidente de la Asamblea Rabínica Italiana, y Riccardo Di Segni, rabino jefe de la comunidad judía de Roma, anunciaban la reanudación de estas jornadas.

Hablando se entiende la gente

La Iglesia –conducida por el papa Wojtyla- pretende estrenar el nuevo milenio de la era cristiana con la certeza de que la actitud dialogante no sea sólo versos sueltos de unos cuantos, sino que suene en el universo la sinfonía producida por la vida congruente de todos los bautizados. Por eso Juan Pablo II escribió que “En ningún otro Concilio se habló con tanta claridad de la unidad de los cristianos, del diálogo con las religiones no cristianas (...) En este diálogo deberán tener un puesto preeminente los hebreos y los musulmanes” (Tertio Millennio Adveniente, 19 y 53). Se refería al Vaticano II que cuatro décadas antes, impulsó claramente esta actitud recordando que “al investigar el misterio de la Iglesia, este sagrado Concilio recuerda el vínculo con que el pueblo del Nuevo Testamento está espiritualmente unido con la raza de Abraham. Pues la Iglesia de Cristo reconoce que los comienzos de su fe y de su elección se encuentran ya en los patriarcas, en Moisés y en los profetas, conforme al misterio salvífico de Dios. Reconoce que todos los cristianos, hijos de Abraham según la fe, están incluidos en la vocación del mismo patriarca y que la salvación de la Iglesia está místicamente prefigurada en la salida del pueblo elegido de la tierra de la esclavitud” (Nostra Aetate, 4).

En abril de 1986, como un hito histórico, ese Papa polaco había acudido a la sinagoga de Roma: era la primera vez en la historia del cristianismo desde tiempos de Jesús y los primeros años de la era apostólica pues con Saulo de Tarso se rompieron en Corinto las relaciones con la sinagoga a la que acudían cada sábado.

Las relaciones de la Iglesia con el pueblo judío -por razones obvias al tener como fuente de revelación el mismo libro sagrado y el mismo padre en la fe, Abrahán- son (deben ser y empiezan a serlo) diferentes con respecto a cualquier otra religión. Ya el Concilio Vaticano II apuntó los elementos esenciales y el fundamento de este diálogo que se basa en la convicción de ser “tan grande el patrimonio común a cristianos y judíos”. Se trata de “fomentar y recomendar el mutuo conocimiento y aprecio entre ellos, que se consigue, sobre todo, por medio de los estudios bíblicos y teológicos y con el diálogo fraterno” (Nostra Aetate, 4).
Jesús nació del Pueblo elegido -recordaba Juan Pablo II-, en cumplimiento de la promesa hecha a Abrahán y recordada constantemente por los profetas” (Tertio Millennio Adveniente, 6).

El modo más común de nombrar en la Biblia a este pueblo elegido es “Israel” que es el nuevo nombre que recibe Jacob, nieto de Abraham. Jacob volvía desde Haran a Canaán, tras 20 años de estancia al servicio de su suegro Laban. Tras pelear toda una noche con un Hombre, al final, al alba, reconoció el carácter sobrenatural del contrincante al que pidió que le bendijera; éste, antes de hacerlo, le dijo: “Jacob no será más tu nombre sino Israel, porque has sido fuerte contra Dios” (Gen 32,39). Es más raro designar este pueblo como “hebreo” que en la Biblia se hace sólo al referirse a la época de Egipto y para cuando Samuel y Saúl combaten contra los filisteos. El nombre de “judíos” se debe al utilizado como referencia a los del reino de Judá de cuya estirpe vendrá el Mesías prometido, Jesús de Nazaret.

Ahora los ciudadanos del actual “Israel” no quieren llamarse israelitas (como los del Antiguo Testamento) sino “israelíes” ya que viven el pluralismo con religiones distintas o ninguna. Los hay que siguen siendo de religión judía pero otros, llegados de Rusia, de Europa, de América, etc... son cristianos, marxistas, agnósticos, ateos, etc.

Sueños mesiánicos

Tras el regreso de Egipto en el siglo XIII aC (si era en tiempos de Ramsés II), guiados por Moisés y Josué, de nuevo volvieron a ser deportados a Babilonia (siglo VI aC) unos 600.000 (cf Ex 12,37-38), viviendo durante 70 años bajo el Imperio asirio. Después del segundo retorno pudieron vivir en su “tierra prometida” aunque siempre bajo el dominio político de algún pueblo vecino (griegos y romanos) hasta la destrucción total de Jerusalén por parte de los soldados del ejército del Imperio romano, en el año 70 dC.
Entonces se cumplen las profecías de Jesús sobre la ciudad (cf Mt 24, Mc 13 y Lc 21) y el ejército de Tito destruyó sangrientamente Jerusalén y arrasó el Templo. Hoy sólo queda un trozo del “muro de las lamentaciones”. El historiador Flavio Josefo afirma que en los últimos cinco meses del asedio murieron más de un millón y cayeron casi cien mil prisioneros judíos. Acababa un período de la historia del pueblo hebreo y con él, el cumplimiento de una parte de la Historia de la Salvación.

Desde entonces otra vez la dispersión fuera de su territorio, ahora durante veinte siglos, hasta que en 1948 unilateralmente la ONU decretó concederles parte del territorio de antaño.

En el judaísmo está presente la promesa de la futura venida del Mesías (el Redentor) que entienden en un contexto político-étnico como el líder que por fin logrará la “tierra prometida” a sus padres con una independencia y libertad social de la que hasta ahora nunca han disfrutado. Ni Moisés ni Judas Macabeo ni ningún otro líder judío al igual que Jesús de Nazaret fueron definitivos.

Cuando Israel vuelve a perder su libertad o autonomía política bajo el Imperio romano, los sueños del liberador político prometido por Dios volvieron a crecer y a Jesús se le confundirá con tal libertador, incluso por la madre de sus apóstoles Juan y Santiago (cf Mt 20, 20) y por sus propios discípulos como los de Emaús (cf Lc 24, 21).
Cristo nunca -salvo el domingo de los ramos, caminando hacia la cruz- se dejó proclamar rey y, en cada ocasión trascendía su mensaje desviándolo desde lo temporal y político hacia lo espiritual y eterno. Sus contemporáneos se convencieron de que era un impostor y los mismos discípulos de Emaús, regresaban deprimidos a su pueblo porque la aventura se había terminado: “nosotros pensábamos que iba a implantar el reino de Dios” (Mt 16,12-13).

Sus sueños mesiánicos a lo largo de su historia de 4 milenios de existencia se han concretado en versiones más o menos rigurosas. Recientemente Golda Meir y Moshé Dayán fueron por un breve tiempo considerados el mesías esperado.

La espera mesiánica judía ya se había encendido con fuerza en el siglo VII: el 668 era el sexto centenario de la destrucción del segundo templo de Jerusalén (el de tiempos de Jesucristo) y una antigua tradición talmúdica decía que la era del Mesías empezaría a los 2.000 años de la entrega de las tablas de la Ley de Dios a Moisés, o sea, hacia el 687-88. Seis décadas antes (614) unos 50.000 cristianos palestinos habían sido pasados a espada, más de 300 monasterios y fundaciones incendiadas (v. gr. las basílicas de san Esteban y la de la Resurrección) tomando parte activa en esos horrores fanatizados y rencorosos judíos que, además, compraban prisioneros cristianos para torturarlos.

El mesianismo judío causaba estragos especialmente en el norte de África. A la nueva ofensiva islámica de 694 contra Cartago, se enfrentó la encarnizada lucha de los bereberes que fueron capitaneados y conducidos por la profetisa judía la Kahina. A las aljamas hispánicas quizá llegó la honda mesiánica y es probable que entonces diseñaran levantarse contra los cristianos hispánicos mediante las hordas bereberes. Ese clima se pudo azuzar porque además, en esos momentos, veían que en Hispania cabalgaban los cuatro jinetes del Apocalipsis: el hambre debido a las malas cosechas, la plaga de langostas de la década de los ochenta, la peste bubónica o peste negra de 693 y la guerra (693-694) con los francos de la Septimania. El hispánico rey Egica (+702) denunció lo que consideraba la conjura judía en el XVII Concilio de Toledo (noviembre de 694) en donde se decretaron las medidas más duras jamás tomadas hasta entonces: se eliminó la distinción entre judíos buenos y malos, se decretó reducirlos a la esclavitud y dispersarlos por todo el reino visigodo siendo entregados a los nobles cristianos que indicaran los jerarcas católicos y se obligó a separar de sus padres a los hijos menores que fueron entregados a familias cristianas para su re-educación.

El sionismo

Desde 1948, el sueño del mesianismo rebrota con fuerza inusitada pues, tras 20 siglos de destierro -nunca fue tan largo- y esta vez no localizado en Egipto o Persia, sino planetario. Ven llegada la hora en que disfrutarán de un territorio y serán una nación, por fin libre, ya que, los que ahí permanecieron, desde el año 70 dC han estado ininterrumpidamente bajo dominación extranjera: romanos, árabes, turcos e ingleses. Una posesión definitiva no sin luchas y obstáculos como cuando llegaron por primera vez y tuvieron que vencer la resistencia a su ocupación por parte de tantos y tantos pueblos allí asentados: moabitas, filisteos, quineos, quineceos, cadmoneos, jeveos, fereceos, refaimitas, amorreos, cananeos, guergueseos, jebuseos, etc. (Gen 16,19-21).

El éxodo contemporáneo hacia la “tierra prometida” culmina con la sexta oleada que, desde 1945 a 49, desembarcó casi 70.000 supervivientes de los campos de exterminio nazi. Ya en 1881 habían llegado 35.000 del “progrom” ruso que con 11.000 más vivían en armonía y paz con los palestinos árabes, musulmanes y cristianos asentados a lo largo de estos últimos veinte siglos. Leon Pinsker lanzó en Odesa en 1882 el llamamiento a todos los judíos del mundo para “reunirse en la tierra de Sión”. En 1886 Nathan Birbaum utiliza por primera vez la palabra “sionismo”, y en la década siguiente Theodore Herze propone “El estado de los judíos”. Desde 1922 al 48 Palestina será protectorado británico mientras llegan, desde 1904 a 23, otros 240.000 huidos de Rusia, Polonia y Hungría. En 1924-25 hubo otra oleada de otros 82.000 llegados por el antisemitismo polaco del momento y las cuotas de inmigración que tenía establecidas USA.

El nuevo Israel nace el 14 de mayo de 1948 y al día siguiente de su proclamación como Estado independiente, fuerzas armadas del Líbano, Arabia Saudí, Jordania, Siria, Irak y Egipto, unos 21.000 hombres en total, penetraron en su territorio asignado con éxito inicial, rindiendo la ciudad antigua de Jerusalén. En enero del año siguiente se firmó un armisticio pues las fuerzas israelíes, menos numerosas, tenían mayor capacidad operativa. Desde 1950, en el 54, 55 y 56 las agresiones fronterizas entre árabes e israelíes son constantes y sangrientas. Entre el 55 y 56 (según datos de la ONU) los árabes tuvieron 496 muertos y 419 heridos; los israelíes sólo 121 muertos y 332 heridos.

El 5 de junio de 1967 se desencadenó la Guerra de los Seis Días cuando Egipto movió sus tropas hacia el Sinaí. En octubre del 73 la Guerra del Kippur en la que volvieron a ser derrotados los árabes. Sus asentamientos en los territorios otorgados desde la ONU no les puede resultar fácil o regalado. Fue una decisión unilateral que atenta a los derechos humanos y de las naciones y difícilmente se justifica su actitud prepotente aunque les amenace desde el este algún misil iraniano.

Del 10 al 24 de octubre de 2010 se celebrará en el Vaticano la Asamblea especial sobre Oriente Medio del Sínodo de los Obispos. Se tratará la política exterior en la zona (conflictos políticos y la libertad religiosa) y la política interior (unidad en la diversidad de iglesias católicas orientales). Los cristianos en la zona lo pasan muy mal, son obligados a emigrar, son ciudadanos maltratados por el Estado de Israel, aparte de la persecución violenta que sufren a cargo de intransigentes y fanáticos judíos o musulmanes.

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